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martes, 23 abril, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Una soledad de casi quince años

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A mis quince años de edad cuando salí del pueblo en que nací comencé formalmente mi vida en soledad. Fueron casi otros quince los que dediqué a esa etapa. Recuerdo con gratitud a la vida aquellas tardes en la pequeña casa erigida al final del callejón de Guadalajarita, detrás de Catedral y la calle del Deseo, cuando entraba y cerraba la puerta verde, me colocaba contra ella y veía en las paredes verdes a las profundas pupilas de la soledad. Duraba así dos minutos o menos y entonces, aunque apenas acababa de regresar de mi trabajo, salía nuevamente a hartarme de avenida Hidalgo, callejón de Veyna o Luis Moya o la entonces calle estrecha Ventura Salazar. A veces subía hacia la colonia Díaz Ordaz y bajaba por la casa mostaza de los muchos pinos en cajete. A veces me quedaba varias horas en el barrio de La Pinta o terminaba en la colonia Cinco Señores.

Tal fue, en términos generales, mi vida como estudiante de licenciatura, en la ciudad de Zacatecas. Después, durante mi odisea en los dos lados de Paso del Norte, aprendí a insertarme en el bullicio fronterizo. Recorría las calles de los congales con más curiosidad que malicia. Entraba a las cantinas para constatar que en efecto allí se leían poemas en voz alta y se presentaban libros durante fines de semana. A veces me refugiaba en el café de chinos de Ciudad Juárez, a veces en la soledad de las planchas de cemento gringo, aplastados elefantes secos, cerca del Sunland Park Mall o en la amplísima calle Stanton, en el lado gringo de la biurbe.

Tras graduarme de la maestría, alguna persona me negó el ingreso como docente a la Universidad Autónoma de Zacatecas, por lo que caí en la capital de Aguascalientes durante un año. Mis correrías vespertinas incluyeron las calles Josefa Ortiz de Domínguez, Madero, Nieto, López Mateos, el tianguis del barrio La Purísima o la famosa “línea de fuego” donde se venden artículos de medio uso. Librerías y cafés Internet del centro de la ciudad me otorgaron algún solaz. La casa en la calle Hornedo me vio iniciar la redacción de la que hoy es mi más reciente novela, la mejor que hasta ahora he escrito. La soledad aguascalentense me envolvió como un sudario que reconstituye, recrea, permite un nuevo inicio.

Después vinieron otro año en Zacatecas y uno más en Fresnillo. Durante las primeras semanas en esta última ciudad, a la que decidí hacer mía, me perdí varias veces intentando comprender el trazado de sus calles. Tardaba treinta minutos en llegar al centro. Dormía en un departamentito blanco, en un segundo piso, con vientos que chicoteaban a los vidrios y a veces me asustaban. El cilindro de gas tenía una fuga que nadie pudo encontrar. En lugar de sillas, tenía yo dos galones grandes para cuando las escasas visitas quisieran sentarse. Me tomaba diez minutos de caminata trasladarme de mi trabajo a mi rincón de cama y libros: muchos de esos traslados eran nocturnos.

Después conseguí una bicicleta a la que monté para explorar más pedazos de El Mineral. Muchas veces me salpiqué los tobillos al pasar llantas de bicicleta por en medio de charcos, cerca del llamado Cbtis 1. Comí galletas integrales afuera de la gasolinera Saturno (jamás imaginé que una gasolinera se llamara así). Arribé a la avenida Huicot con el asombro de un pueblerino que llega a la vía más hermosa del municipio más pujante en el estado. Descubrí los tacos que hace un señor apodado Cachorro y la mejor birria del estado, con tortillas bastante quemadas, en un cuartito tiznado y caluroso… A ese lugar le llaman Pifas.

Crecí mucho en toda esa soledad extendida para mí como llanura sinuosa y formadora. Hubo ósmosis a tal grado que soy el de ahora pero también el de esos episodios perdidos y recuperados en ciertos destellos interiores. Bendita soledad formadora, bendita soledad que arde como picadura de asquel entre dedos de mi pie derecho. Bendita desolación y bendito silencio, y maldito el yo que algunas veces no comprendió la maravilla oculta en aparente y retenida sordidez.

 

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