Aunque piadosamente disfrazada de “licencia”, la reciente destitución del presidente del PRI capitalino, más conocido por su alias (El príncipe de la basura) que por su nombre oficial, resultaría sorpresiva; no sólo porque las prácticas consuetudinarias del distinguido priísta se prolongaban por más de veinte años, eran del dominio público y sobrevivían a múltiples denuncias, sino porque desde tiempo inmemorial son parte de los usos y costumbres no sólo de los partidos sino de prácticamente todos los ámbitos del poder público, si bien no sólo de éste; donde quienes pueden manejan los recursos a su entera discreción, sin dar cuenta de los mismos sino al creador, y esto por mera formalidad, habida cuenta muy difícilmente la instancia suprema castiga sus infinitas malversaciones, fraudes, golpizas, homicidios, desapariciones forzadas y un abultado etcétera; pues resultan casi siempre, los prohombres en cuestión, íntimos del padre Maciel, y suelen por lo tanto fallecer asistidos por los más altos prelados de la Iglesia, con todos los auxilios espirituales y la bendición papal.
¿A qué entonces atribuir la estrepitosa caída del príncipe de marras? Más que apresurarse a considerar el poder de los medios electrónicos conviene reformular la pregunta: ¿por qué ahora sí un reportaje de noticiero radiofónico tuvo como resultado la remoción de una importante posición política, de un individuo tan presentable como cualquier gobernador oaxaqueño, poblano o líder de partido “ecologista”?
Una posible respuesta sería que hasta entre los perros hay clases, y no pasa nuestro héroe, así sea nada más por sus orígenes, de ser un recolector de basura; siendo amén de un prostibulario de autoservicio y golpeador mercenario un sujeto de ofensiva vulgaridad, y de una fealdad que linda con lo monstruoso; o bien lo que sucedió fue que, paradójicamente, se rompió el hilo por lo más delgado; nada de lo cual contesta la pregunta antes formulada: ¿por qué ahora sí?
Seamos optimistas y supongamos que en el marco de las reformas estructurales del presidente Peña Nieto la presencia de especímenes como el principesco pepenador resultaba ya insostenible, y se procedió en consecuencia; y de ninguna manera que siendo su pinta y su historia, en momentos en que la calificación del presidente arroja números rojos, la representación más realista y acabada de los regímenes priístas, pudieran desmentir las idílicas imágenes machaconamente difundidas por la televisión. ■