Estudié literatura por el gusto de leer. Quizá tal confesión se defina como la más certera perogrullada que he podido proferir en mucho tiempo, pero tengo sobrados motivos para evidenciar que este aparente improperio no lo es del todo en mi caso tiene sentido porque adentrarme en los libros de ficción me congració por partida doble: le dio una vocación a la actividad profesional que llevo a cabo hasta el día de hoy y relegó de mi presencia el carácter ordinario de las cosas. Pese a ser un lector bastante tardío —la primera novela la asimilé a la vetusta edad de los dieciséis años—, lerdo al principio aunque la perseverancia intervino a mi favor, la vida depararía para un servidor sinfines de sorpresas que, como maravillosas revelaciones, son dignas de traducirse a un lenguaje menos soez del que se acostumbracotidianamente. Sin duda, las artes literarias han cambiado la existencia de más de uno, relevandoaquella función del faro de luz que se abre paso entre las tinieblas en la perpleja inmensidad del mar. Sin embargo, ¿qué proporción de ese corpus del arte es mero espejismo de una realidad inevitable que sólo es posible a través de éste? ¿Cuánta ficción contiene la travesía del boomerang lanzado por el Quijote que cabalga otra vuelta luego de una animadversión del mundillo editorial de su época?
Existe un misterioso imbricado que, en instantes especiales, trastoca el punto de inicio a un grado que confunde cualquier referencia, evitando todo intento por enfocar un origen definido,sembrando la duda: cuando los actos se traslapan con el sueño se desprende un cuestionamiento sobre la verdad y entonces devienen las implicaciones que la posteridad está dispuesta a resarcir según el alcance de sus recursos. Uno de tantos remedios consiste en literaturizar la experiencia y así ahuyentar los parentescos que se puedan tener con la citada locura proveniente de La Mancha, dándole un carácter de ilusión a tal o cual entredicho. De ahí que resulte inexplicable el porquécada vez que Malinka, mi mujer, lee alguna novela de Haruki Murakami se evidencian sucesos extraordinarios que no tienen razón de ser y de los cuales soy testigo, como la activación de los sensores de la alarma que resguarda nuestra casa.
Iniciando por la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, pasando por Sputnik, mi amor y Al sur de la frontera, al oeste del sol, hasta hace apenas unos meses, con Los años deperegrinación del chico sin color, sin la necesidad de programarla previamente, a las 7:54 se activaba la escandalosa bocina que, por primera vez, me hiciera pegar un brinco de la cama una mañana de domingo. El lunes siguiente volvió a sonar mientras Malinka repasaba uno de los librosde Murakami. Tras volver a desactivarla, recibí una segunda llamada de la empresa de seguridad.
Se había desprogramado el control principal, ésa fue la primera respuesta, y un técnico pasaría después para darle mantenimiento. Al término de la revisión, todo estaba en perfectas condiciones y en apariencia no había nada de qué preocuparse. En aquella etapa laboral, nuestra rutina era nocturna, trabajábamos hasta la madrugada y se había convertido en un fastidio mitigar la alerta máxima que terminaba por ahuyentar al reparador descanso. Molesto por no encontrar una solución técnica, exigí la presencia del personal capacitado a la hora precisa en que la alarma sesalía de control, a las 7:54. Descendió el chico de la azotea y su rostro había palidecido sobremanera: el susto apenas le dejó hablar. Me relató que un par de cuervos gigantes merodeaban a lo largo del pretil donde estaban apostados los sensores de movimiento. Ésa era la razón por lacual la alarma se activaba. ¿Cuervos gigantes a un intervalo exacto? Subí de inmediato paraasegurarme de ello y la azotea estaba desierta.
Cuando ella leía 1Q84, fue contratada para hacer un banco de imágenes de la obra pública concluida en diversos municipios. Una jornada normal implicaba tres o cuatro centenares de kilómetros y tomar camino al alba. Realizado el registro, que le llevaba una hora, continuaba sin perder tiempo y de esa manera cubría dos o tres municipios mientras la luz se lo permitía. En esa ocasión, enfiló rumbo a Río Grande. Llegó a las nueve y media y tardó menos de lo programado en hacer su trabajo. Para las diez y cuarto ya había emprendido el trayecto a Mazapil. Pasado el mediodía, hacía un ajuste en su cámara para regular la exposición que le exigía el duro sol en las proximidades del Pico de Teyra. A la una y media ya había terminado su labor. A escasos minutosde las dos, regresaba por el mismo camino y una ligera lluvia no tardó en intensificarse, consintiendo una visibilidad no mayor a los quince metros. Los cien kilómetros por hora delvelocímetro se retomaron en el último trayecto del viaje. Malinka me avisó de su llegada a las tres y media de la tarde. La última foto capturada por su Canon se había tomado a la una y cuarenta. La distancia de Mazapil a Zacatecas consiste en un recorrido aproximado de cuatro a cinco horas, según las condiciones atmosféricas, lapso imposible de acortarse a una tercera parte, es decir, cuatrocientos kilómetros en la hora y media en que Malinka releía algunos pasajes de Aomame yTengo. ■