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viernes, 19 abril, 2024
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Colosio

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Por: DANIEL SALAZAR M. •

En la colonia Lomas Taurinas de Tijuana, Mario Aburto se abría paso entre la multitud…“solo quiero saludarlo”, decía.  Cuando lo consideró oportuno, extendió el brazo, acercó la Taurus calibre 38 a la cabeza de Colosio…y disparó. Era el 23 marzo de 1994. Veinte años después de aquel acontecimiento, la herida sigue abierta.

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Frecuente es escuchar de los intelectuales que “un clima político enrarecido” rodeó la muerte del candidato, pero pocos quieren recordar que Carlos Salinas había perdido la elección presidencial frente a Cuauhtémoc Cárdenas y que durante su sexenio buscó desesperadamente la legitimidad perdida: Apresó al líder petrolero La Quina; remplazó a Carlos Jonguitud Barrios de la dirección del sindicato de maestros; puso en marcha reformas económicas estructurales y continuó con la privatización de las propiedades de la nación iniciada en el sexenio anterior. Que, por si fuera poco, un sorpresivo levantamiento zapatista en Chiapas lo puso contra la pared pues aquel hecho representaba la posibilidad de una alternativa revolucionaria -con capacidad de convocatoria masiva- frente al proyecto que anunciaba que México ingresaría al “primer mundo” con la firma del Tratado de Libre Comercio.

El levantamiento armado zapatista era la más reciente evidencia de que el “mundo nuevo”, impuesto por el neoliberalismo, no significaba el fin de la historia ni que las contradicciones de clase estuvieran resueltas; todo lo contrario, representaba su agudización y polarización. La primera Declaración de la Selva Lacandona llamó abiertamente a la revolución, a deponer al gobierno de Salinas y a tomar el poder…

Todo aquello era la trama de un año electoral y las interrogantes del Estado giraban en torno a quién debería encabezar el nuevo poder de la República y en el qué hacer para contrarrestar la sorpresa revolucionaria del zapatismo. Pedro Aspe, Manuel Camacho Solís y Luis Donaldo Colosio, eran los más viables precandidatos, pero Salinas consideró que Luis Donaldo debiera recibir la estafeta del poder por ser quien mejor podría continuar con su proyecto transexenal. Poco tiempo después del magnicidio, Salinas diría que “Colosio había hecho suyo el planteamiento de liberalismo social”.

El más cercano contrincante de Colosio -Manuel Camacho- se negó a reconocerlo públicamente y esto desató una serie de coletillas conocidas como “el berrinche de Camacho”. Su nombramiento de Comisionado para la Paz en Chiapas le permitía atraer la atención de los medios mientras corrían versiones de que la relación entre Colosio y el presidente se hallaba fracturada. “Una maniobra de Los Pinos para sustituir al candidato…”, se insinuaba.

Todo eso precedió al asesinato de Colosio en Lomas Taurinas. El fiscal especial –Miguel Montes— semanas después del atentado informó lo que todos sospechaban: “Que a Colosio no lo mató un loco, sino una conjura…Que Aburto fue el ejecutor material del crimen y que otras cuatro personas –Tranquilino Sánchez, Vicente Mayoral Valenzuela, Rodolfo Mayoral Esquer y Rodolfo Riva Palacio– le ayudaron. “Una acción concertada”, se dijo. (El País, 5 de abril de 1994).

Tres meses y medio más tarde –el 14 de julio de 1994—este mismo fiscal descartó la hipótesis inicial del complot y la sustituyó por la versión del “asesino solitario”. La viuda de Colosio -Diana Laura Riojas- consideró que el cambio de opinión resultaba “poco convincente”. Pero no solo ella, la opinión popular mantuvo la idea de que el asesinato era resultado de una querella por el poder y así lo comenta Héctor de Mauleón en su más reciente reseña sobre el asesinato de Luis Donaldo: “Las sospechas recayeron desde entonces sobre el presidente Carlos Salinas de Gortari a quien se atribuyó el orquestar el complot desde Los Pinos a través de su jefe de asesores José Córdoba Montoya”. En agosto de 1996, Luis Raúl González fue nombrado nuevo encargado de la fiscalía. Para entonces, los presuntos culpables de la “acción concertada”, se hallaban libres mientras Aburto era condenado a 42 años de prisión.

Luis Donaldo no era el candidato de toda la cúpula priista. Carlos Hank González, Emilio Gamboa, Manlio Fabio Beltrones y el doctor José Córdoba Montoya (con preferencia por Ernesto Zedillo) lo veían con desconfianza. Salinas dijo entonces “sospechar” de la “nomenclatura del PRI” como la causante de la tragedia, pero todo quedó ahí.

El de Colosio no fue el primer magnicidio en México. Álvaro Obregón en 1928 había sido ultimado por “gente cercana a él” en el restaurante “la bombilla” de la capital del país. Por eso, a la distancia, es preferible pensar que el fantasma de la revuelta recorría la República en aquellos años “rodeados por un clima político enrarecido”. La amenaza de ruptura encabezada por el EZNL contra el proyecto neoliberal y la previa derrota electoral del PRI en 1988, pusieron en alerta al sistema que reactivó sus mecanismos para mantener el rumbo de la economía globalizada. Colosio fue solo una de sus víctimas y poco o nada tuvo que ver su discurso del 6 de marzo en la ceremonia del 65 aniversario de su partido.

Carlos Salinas –habiendo anunciado mantenerse en el poder durante 24 años— pudo instalar en la Presidencia al ex coordinador de la campaña de Colosio. Todavía hoy, después de cuatro sexenios, puede apreciarse de ser el siniestro vocero del gran capital que mantiene el dominio sobre las propiedades de la nación y la soberanía de México. ■

 

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