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martes, 16 abril, 2024
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Un indio desarrapado viendo a la madre de dios!

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

  • Historia y poder

Caminos que son dios, las caras se iluminaban ante el brillo de la plata, pero también de dios y de todas sus costumbres bondadosas: el amor al prójimo de verdad, la devoción a la justicia de los hombres y de las mujeres todas que laboraban desde su hogar la llegada de  las potestades en el trabajo fecundo de sus minas, de su tierra laboriosa, de su historia llena de heridas que nunca más  olvidarán  la vertiente de los años y los siglos.

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¡Dios! Ayúdame a llegar, ayúdanos a entender que la iglesia zacatecana cumplió al estar siempre alerta al lado de los más ladinos en el trabajo del hombre que abastecía a sus hogares pese a todas las graves alevosías: la horca, el hurto, el homicidio, la explotación laboral, el saqueo permanente, la simulación y el engaño a través de todas las políticas del mundo.

Desde que se erigió la hermosa ciudad de Zacatecas en medio de sus esplendorosas minas que le dieron al mundo fama y riqueza, los padres franciscanos, jesuitas, mercedarios y juaninos, le procuraron su esfuerzo en toda su vida: la erección de barrios, hospitales, hospicios y casas de caridad; ahí estaban los ejércitos de dios y de todos los ángeles que justificaban si el azote, el patíbulo o la huelga, eran las vertientes que se usaban para justificar en tierra que el accionar de las mayorías harían el curso de la historia: independencias, revoluciones, revueltas y guerrillas, abrumadoras fuerzas que el devenir de los pueblos trataban de saciar su hambre y su falta de justicia entre sus calles.

El primer obispo Zacatecano lo advirtió: habría que moderar el castigo, el saqueo, la podredumbre de las simulaciones y pagó caro su osadía: fue vilipendiado, azuzado en sus declamaciones, desterrado junto a su leva que creía en la justicia de los hombres y sus novedosos códigos penales y civiles: respeto a la dignidad humana; el asalto al cielo divino compareció después: los propios curas consolaban ante el patíbulo, las ejecuciones  masivas, los crímenes del tiempo.

Zacatecas: habría que atravesar todo el odio del mundo para llegar a sus calles milagrosas, afrontar las liberaciones, acusar a sus traidores. Ningún accidente, acaso, culpar, orar, sentir la devoción de un pueblo ante la madre de dios y sus arcángeles, del indio desarrapado, del indio desprovisto de ropa y enseres para su prole, aun así, consignando que en el devenir de los tiempos, habría de llegar la salvación, el nuevo ímpetu del bienestar social tal esperado.

El Juan Diego zacatecano, ¡un indio viendo a la madre de dios! ■

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