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jueves, 28 marzo, 2024
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85 años del PRI: nada que celebrar

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Por: JOSÉ GIL OLMOS •

Los cambios en el PRI, acumulados a lo largo de 85 años, podrían verse de manera clara en la forma en que este partido opera en las elecciones, pues de la “operación tamal” y el “ratón loco”, que por décadas se usaron para conseguir votos, ahora echan mano de las tarjetas electrónicas Monex o Soriana para ganar.

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El PRI no ha cambiado nada en su estructura ni en las formas de relacionarse internamente. El “dedazo” sigue igual y la traición, retratada magistralmente en La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, es parte de los usos y costumbres de este partido que, luego de 12 años de ausencia en el poder presidencial, retornaron con el grupo Atlacomulco a la cabeza.

Desde 1999, el PRI no festejaba su aniversario con el presidente de la República como líder máximo. Ese año el entonces presidente Ernesto Zedillo ya había impuesto la “sana distancia” con el partido a fin de quitarle esa figura de partido de Estado y de gobierno que hoy con Enrique Peña Nieto vuelve a tener.

En esos 12 años, el PRI no renovó cuadros ni tampoco su estructura basada en sectores y comités distritales, quizá lo único nuevo fue que los hijos de varios de sus gobernadores tomaron puestos clave dentro y fuera del partido y que algunos de sus personajes emblemáticos, como Elba Esther Gordillo, salieron luego de traicionar a los candidatos presidenciales y formar su propio partido.

Desordenado y sin rumbo, el mítico grupo Atlacomulco del Estado de México, el único que ha sobrevivido al tiempo, se apoderó del partido asociándose con el de Hidalgo (Miguel Ángel Osorio Chong y Jesús Murillo Karam), con la vieja guardia de operadores (Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones), los técnicos de la economía (Luis Videgaray), y con Carlos Salinas de Gortari para unir fuerzas y mañas y recuperar la Presidencia.

Una vez recuperada la silla presidencial, los priistas iniciaron la segunda etapa de las políticas neoliberales emprendidas por Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari con reformas a la Constitución en los sectores energético, educativo, laboral y el campo.

Ese ha sido el regreso al poder presidencial del PRI con Enrique Peña Nieto a la cabeza y con sus nuevos aliados: los dueños de las televisoras, a quienes no sólo les ratificó sus espacios de poder y de riqueza, también les cedió un lugar en el Congreso de la Unión. Se trata de la conclusión de las políticas neoliberales dictadas por Washington desde 1985 con la venta de las riquezas nacionales, la debilitación de la función social del Estado y la apertura del mercado interno a las empresas trasnacionales.

El festejo de los priístas fue sólo de ellos y para ellos. A las afueras de la sede nacional del PRI no había gente festinando el retorno de un grupo político que se ha enriquecido, que tiene a varios de sus integrantes señalados por corrupción, connivencia con el crimen organizado, riqueza inexplicable, robo a la nación e impunidad y, que ahora, planea quedarse más tiempo con las riendas del país en sus manos.

Los priístas se reunieron y realizaron su propio ritual de poder, mientras que en el resto del país prevalece la violencia, la pobreza y la marginación, el temor a perder el trabajo o, aún peor, la vida ante el crimen organizado, que sigue creciendo en su poder a pesar de que las figuras más representativas como El Chapo Guzmán sean aprehendidas, pues se trata de una estructura que muchas veces se funde con la del propio poder. n

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