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jueves, 25 abril, 2024
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La rentabilidad de la polarización

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Por: GABRIEL CONTRERAS VELÁZQUEZ •

Sin duda, Andrés Manuel López Obrador se encuentra recogiendo los frutos de su carrera política auspiciada por el histrionismo, y la constante radicalización de la percepción pública. No es una novedad que uno de los políticos con mayor influencia en la vida y percepción pública, en los últimos 15 años, pretenda empujar mediáticamente (el campo donde mejor se mueve, al igual que su mano derecha: Ricardo Monreal) la idea de “juicio político” a Peña Nieto.

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Lo que sí representa una modificación –ya esperada- en el plano táctico estratégico de su discurso, es que su postura radical y polarizadora, será ahora la insignia con la que Morena se mueva en el tablero electoral, y en sus representaciones populares respectivas.

Después de algunas asambleas estatales constitutivas, donde apenas se atrajo al mínimo requerido para la constitución del Movimiento de Regeneración Nacional en un partido político -Zacatecas e Hidalgo fueron ejemplos del fracaso de sus estructuras territoriales, ya que ahí se tuvieron que repetir las asambleas populares- Baja California, Tabasco, Distrito Federal, Oaxaca (con apenas 6 mil 691 militantes de un universo de millones de ciudadanos), Puebla, Tlaxcala y Veracrúz, fueron los primeros atisbos de la, hoy, nueva y propia casa política de López Obrador.

La historia reciente ejemplifica la rentabilidad de arrinconar la percepción pública, hasta llegar al contexto donde se opte por la verdad o la mentira, el cambio o el retroceso, etc. En 2006, las presidenciales se decantaron entre un candidato con las “manos sucias”, y otro que representaba “un peligro para el país”, con los cerrados resultados electorales consiguientes.

La estrategia panista de vender la imagen de López Obrador como “un peligro” no significó un reto lógico, sino mercadológico. Sin duda tuvo sus efectos positivos, puesto que la ex candidata Josefina Vázquez Mota se decidió por repetir las tácticas de venta, ahora en contra de Peña Nieto, e incluso con el mismo asesor, Antonio Solá.

En cambio, la respuesta del PRD sería más elaborada, para después germinar la idea de “fraude electoral”. Antes del segundo debate de 2006, donde dicho ejercicio debía de favorecer tendencialmente a Calderón o López Obrador, las izquierdas respondieron a las provocaciones panistas con el rumor -construido desde las bases de operación del entonces candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard- de la infiltración de la empresa “Hildebrando” en el Programa de Resultados Electorales Preliminares de aquellas elecciones.

El Instituto Federal Electoral respondería un día después, descabezando a aquellos que habían dado a conocer información tergiversada, en un boletín oficial que hoy en día se puede verificar por Internet, y el cual reproduce lo siguiente:

“El primer brote documentado surgió mediante una nota publicada por La Jornada el 20 de abril de 2006, firmada por Enrique Méndez, Roberto Garduño y Mariana Chávez. En la nota, se daba por hecho un vínculo entre la empresa Hildebrando y el PREP del IFE. Los autores de la nota señalaban que como Hildebrando colocó en su página comercial al IFE como cliente, entonces había quedado establecido un vínculo indisoluble.

¿Por qué el IFE aparecía como cliente de Hildebrando? Porque en el año de 1999 se adquirieron licencias de un producto de identificación biométrica llamado Face It, a una empresa llamada Metadata. Este programa se utiliza en los procesos de depuración de la base de datos de imágenes del padrón electoral… Metadata fue adquirida por Hildebrando a finales del año 2003 y esto es lo que fue extrapolado por los autores sin mayor indagatoria… Pero lo más importante: el contrato que el IFE estableció con Metadata estuvo completamente desvinculado del desarrollo y operación del PREP.”

En su momento dicha información no fue suficiente, ya que el campo de batalla donde las percepciones se movían permitían concluir sólo dos conjeturas: hay fraude/no hay fraude. El resultado electoral del día de la jornada, además, no generó un margen de despresurización.

Lo mismo ocurriría en 2012. La articulación de los diversos fracasos públicos de Peña Nieto en torno a un discurso de “retorno inevitable del PRI”, terminaron por evidenciar que aunque la izquierda no estuviera vinculada a la logística de las acciones de presión en contra del ex candidato (como en el caso de los estudiantes de la Ibero), es un hecho que posteriormente sí gestionaron positivamente aquellos hechos. Aquel proceso concluiría con la consigna “si hay imposición, habrá revolución” (nuevamente la idea de “fraude”).

Hoy, López Obrador no sólo promete a sus militantes y al “pueblo de México” detonar un juicio político sin precedentes, sino que además prevé que el resultado positivo de dicha demanda echará atrás todas las reformas en curso. Nada más alejado de las condiciones políticas presentes, y nada más cercano a una nueva bandera de polarización. Al final, su discurso se traducirá en votos. ■

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