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viernes, 29 marzo, 2024
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Mi encuentro con José Emilio

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

Con la muerte de José Emilio Pacheco se va de este mundo cruel, al que tanto nos empeñamos con una terquedad supina y socarrona en destruir, sobre lo que él hizo varías llamadas de atención, una de las grandes glorias que digo nacionales, mundiales de la literatura. Polígrafo de los que sólo Alfonso Reyes y uno o dos más que ha dado este país, pues cultivó lo mismo la poesía que es excelsa, siendo éste el género por el que más se le conoce, como la narrativa mediante hermosos cuentos y deslumbrantes novelas, pasando por la crónica literaria e histórica, sin faltar el teatro y hasta la traducción de obras de Eliot y Wilde. El autor de esta nota está lejos de ser un especialista conocedor de la obra de Pacheco, pero los atisbos que de ella ha leído, sus dos novelas grandes por breves y concisas, algunos cuentos o narraciones también breves y una que otra poesía; han bastado para hacer de este autor uno de sus favoritos. Autor de culto le llaman los estudiosos. He de ir comprando y tener listos para su deliciosa lectura sus obras cuando se tenga el tiempo para ello. Mi primer encuentro como lector aclaro, con José Emilio, quien también como parte su prolífica producción escribió un libro sobre el bardo jerezano Ramón López Velarde, ocurrió ha inicios de los 80. Tenía algunos años de haber llegado a la secundaria federal de Morelos, Zacatecas. En cierto lunes que me correspondió organizar los honores a la bandera, buscando hacer un programa lo más breve, en ceremonias de suyo largas y tediosas en las que el director embelesado acaparaba el micrófono, para repetir cansinamente el mismo discurso semanal recordando a los alumnos todas las disposiciones que deberían de observar en materia de puntualidad, disciplina y todo asunto que se le ocurriera, se me ocurrió hablando de puntadas, poner a uno de los alumnos a declamar la poesía Alta traición. Oda a la patria que es como el equivalente de la versión de la pieza musical Huapango, de Moncayo. Con una mímica nula y una voz sin tono carente de emoción, el pobre joven que entre su timidez fue el único que pude convencer de que enfrentara al monstruo de trescientas cabezas formado por el público ante el que tenía que recitar, concluyó todo precipitado la declamación entre la indiferencia de los escuchas. Actitud mostrada por que no la entendieron o no les intereso entender, o ambas cosas, la poesía cortita que en dos minutos se recita. Y con nerviosismo y encarrerados hasta menos tiempo. Lo más que llegue ha escuchar de un colega fue la pregunta que de dónde había sacado esa poesía que a él le pareció de protesta y antipatriota por si algo faltara, quizá se fue con la finta por aquello del título y por su letra que comienza diciendo, “No amo a mi patria, su fulgor abstracto me es inasible. Pero daría la vida…”. Alta traición, no recuerdo con precisión dónde la leí por primera vez. Mi nebulosa y pésima memoria de historiador no me ayuda a precisar si fue en el Uno más uno, en el suplemento semanal de este mismo diario antecesor de La Jornada llamado Sábado o en la columna que escribía cada semana o con bastante regularidad, en la revista Proceso. Fue en cualquiera de estas tres fuentes. Columna de la que por cierto me volví un asiduo lector, siendo lo primero que leía cuando la compraba. Cuando no ocurría así, la buscaba en bibliotecas para fotocopiar los inventarios, leerlos y guardarlos en la hemeroteca personal, para su futura encuadernación. De toda su producción de la que gusto, sus poesías ausentes de toda retórica, no admiten desperdicio, las pocas que he leído me han gustado sin ser un buen lector de poesía, he disfrutado todavía más leer sus novelas Las batallas en el desierto, en donde Carlitos y Mariana nos recuerdan la infancia de muchos, superior con mucho a la película, pues por muy bueno que sea el cine nunca superará a la literatura y la de Morirás lejos. Desde el mismo título son emblemáticas. Las volvería y me propongo volver a releerlas, al igual que sus cuentos. Pero lo que estoy esperando como creo yo estamos todos los amantes de Clío es ver reunidos en uno varios tomos, todos los inventarios que publicó en Proceso y desde antes en un famoso suplemento cultural dirigido por su amigo Fernando Benítez, para leer los que nos pasaron y disfrutar de nuevo con su relectura. Pues encierran parte de la sabiduría propia de un erudito, de ese hombre bueno y cordial que dicen que fue quienes lo trataron de cerca, alejado de los reflectores y homenajes, un ser entrañable llamado José Emilio Pacheco y que deseamos tener siempre entre nosotros, así sea sólo para leerlo. ■

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