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jueves, 18 abril, 2024
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La ley

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

Yo nací en julio, hace ya casi 29 años. Cuando nací ya todo estaba dispuesto así: con un cielo y un infierno, me dijeron “esta es tu madre y este es tu padre”, “la vida y la muerte son aquello y lo otro”, “esta es la ley” y yo no lo puse en duda; acepté al mundo como me lo dieron y como me lo hicieron conocer conforme fui creciendo.

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Lo mismo ocurre en otros niveles; en México hemos vivido en esta cultura desde hace tanto tiempo, tantos siglos, que es difícil reconocernos sin ello. Es una cultura que, en general, fue instaurada durante la conquista a través del miedo, de la represión, para que los españoles lograran determinados fines, pero en el transcurso del tiempo la sociedad la derivó en otras características incluso peores.

Las sociedades, de todos los continentes, cambian. Ya no somos los mismos ni tenemos el mismo pensamiento que en siglos anteriores. Cada día se rompen paradigmas de conocimiento, tabús y dogmas, que nos ayudan a superar, aunque sea mínimamente los errores del pasado, es decir, somos una humanidad diferente a la que impuso, por ejemplo, la evangelización católica. En el presente ya no sabemos a ciencia cierta por qué son las cosas así. Los paradigmas han cambiado, nosotros hemos cambiado, pero aún seguimos bajo las mismas premisas, las repetimos como una verdad indiscutible, porque no conocemos algo diferente y rara vez nos lo cuestionamos de manera seria.

Luego de leer a Samuel Ramos, Ezequiel Chávez, Rodolfo Usigli, Carlos Monsiváis, Roger Bartra, Octavio Paz y demás autores y obras tanto literarias como filosóficas y sociales que reflexionan sobre la cultura mexicana, se puede tener un panorama de lo que hemos sido hasta ahora e incluso exponer una visión de lo que podemos llegar a ser.

Sin embargo, actualmente son pocos los que están realizando estudios o reflexiones en torno a lo que somos en este específico momento de la historia, en pleno siglo 21. Preguntarnos por ello implica preguntarnos lo que somos y estamos haciendo, cuestionar nuestra identidad ¿Acaso hemos cambiado? En las reflexiones de Paz, Ramos o de Bartra, no se logra definir la identidad nacional, por una razón: la identidad no termina de construirse, se transforma a lo largo de la vida. Somos producto de generaciones anteriores, sin embargo, parece que nos quedamos ya estancados y repetimos sus destinos; pareciera que estamos condenados a vivir las vidas de otros.

Existe en la actual cultura mexicana una inercia inquebrantable de generaciones y modelos muy anteriores que rigen nuestro comportamiento y la interrelación que tenemos con los otros, pero no concientizamos el por qué lo seguimos imitando a pesar de que ya no es pertinente y lo efectuamos como a una estricta ley.

Primera ley de la inercia: El miedo

Todo individuo permanece en su estado de reposo o movimiento automático determinado por el miedo.

En la actual sociedad es visible que, el miedo, tal cual lo han observado Noam Chomsky y Naomi Klein, entre otros investigadores, opera de forma activa en el desarrollo de la gente y, al igual que Octavio Paz propone, en México, es desde la conquista que se ha establecido como el factor principal que mueve a toda la cultura; baste con leer algunos autos sacramentales del siglo 16 para darse cuenta de que el proceso de evangelización fue violentísimo, con la intensión de asustar al indio y que de tal forma este pudiera rendirse ante el español, no en el plano religioso sino ante toda la idiosincrasia occidental.

Sin embargo, aunque durante la conquista los objetivos de infundir temor al indio eran muy específicos, hoy, cuando se supone ya no vivimos en un proceso de colonización, esta forma de aterrorizar para maniatar aún es vigente. Nos enseñan a temer a nuestros padres, al maestro en la escuela, al jefe en el trabajo, al gobierno. Vivimos sometidos a un régimen invisible en el que creemos ser libres; olvidamos que aunque no tenemos encadenadas las manos, sí tenemos atadas las ideas.
El miedo es el medio de control que ha imperado, y lo reflejamos en todos los niveles. El miedo no nos permite cuestionarnos o proponer una nueva forma de convivir. Bien lo dice Bertrand Russell: “el ser humano teme al pensamiento más de lo que teme a cualquier otra cosa del mundo”; al pensar romperíamos con ese sistema de pánico al que estamos sujetos, pero tememos a eso también, porque nunca hemos vivido sin ello. Con todo esto, el miedo logra derivarse en un sentimiento agudo: el odio.

Si bien al leer libros de historia nacional, se podría pensar que en siglos pasados había más represión y temor, ahora la violencia se vive de otras formas, algunas casi imperceptibles pero incluso más agresivas: con el establecimiento del neoliberalismo como el sistema imperante han sido necesarias otras formas de agresión que dividen a la sociedad y mantienen la jerarquía de unos sobre otros.
Esto favorece a que el México contemporáneo sea un país desintegrado en todos los niveles y por ende, que sus ciudadanos, en general, seamos personas egoístas, hipócritas e infelices. ■

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