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jueves, 25 abril, 2024
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Guernica

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Por: JUAN JOSÉ ROMERO •

En 1937, en la Exposición Internacional de París, se presentó, por primera vez, el Guernica de Pablo Picasso —pese a su nacionalidad española, Picasso fue un pintor netamente francés por su apego a Gauguin, Matisse y Cezanne—. El memorable título del cuadro hace alusión al bombardeo perpetrado por los alemanes en actitud de ayuda a la causa del general Francisco Franco en la ciudad de Guernica, símbolo de la cultura vasca. El acto consumado se efectuó el lamentable día del 26 de abril de 1937 —es impresionante la manera en cómo el más grande los pintores del siglo 20 asimilaría en tan pocos meses el hecho para convertirlo en una pieza de arte universal—. La intervención militar llevó el nombre de Operación Rügen y estuvo a cargo de la Legión Cóndor de la Alemania nacional socialista y de la Aviación Legionaria de la Italia fascista. Según George Steer, «por la forma en que fue llevado a cabo y la envergadura de la devastación que produjo, así como por la selección del objetivo, el bombardeo de Guernica no tiene punto de comparación en la historia militar».

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Siendo un reportero de apenas veintiocho años de edad, el inglés George Steer fungía como corresponsal en Bilbao. Tras enterarse de la ofensiva militar del gobierno de la segunda República Española, Steer acortó la distancia que lo separaba de Guernica —escasamente treinta y cinco kilómetros— para ser testigo presencial de uno de los crímenes de guerra más cobardes registrados en la historia del hombre. Ante los vestigios dejados por una combinatoria atroz, como lo es la cobardía haciéndose escoltar por la metralla, la crónica de Steer, publicada el 27 de abril en The Times, daría fe de los alcances del asesinato de un cúmulo considerable de civiles. Pese a no ser el primero ni el último crimen de lesa humanidad contra los sublevados, sí fue un hecho de repercusiones inéditas en la opinión internacional gracias a la labor periodística de Steer. Sólo así el mundo dimensionó el bombardeo contra la población inerme.

Conforme el relato de Steer avanza, se aprecia entre líneas la desesperación y el caos reinante de un pueblo que recibe el fuego enemigo a distancia, desde el aire, sin ninguna posibilidad para la defensa. En una ofensiva de tal magnitud —a un alcance imposible para la pelea cuerpo a cuerpo, donde la nula separación entre vencedor y vencido permite distinguir el aliento de la muerte—, no deja margen para diferenciar los objetivos militares de los civiles y, por tanto, como si se tratara de una lluvia de fuego que arrasa sin distinciones, todos caen ante la inmediata mortandad.

La crónica de Ernest Hemingway, titulada El frente de Teruel, del 21 de diciembre de 1937, es de un estilo distante a la redactada por Steer, como lo fue el uso de la voz en primera persona, que justificaba la presencia de un espectador dentro de un combate que solamente los fusiles pueden prodigar: «a las 11:20 de esta mañana yacíamos en la cumbre de una loma con una línea de artillería española bajo un intenso fuego de ametralladoras y rifles». La escritura de Hemingway, que recreó la escena de los campos de batalla de la Guerra Civil española, remite a las fotografías de Capa o Pepe Campúa, imágenes donde aún es posible oler el plomo que invadió las trincheras de los involucrados, quienes se aprestaron a las armas para emprender una lucha fratricida que dividió a dos bandos por ideales totalmente opuestos: «era tan intenso que si uno alzaba la cabeza de la grava donde había hundido la barbilla, una de las pequeñas cosas invisibles que susurraban la serie de sonidos de besos que se esparcían en torno a uno después del pop, pop, pop de las ametralladoras de la loma siguiente, le levantaba la tapa de los sesos. Uno lo sabía porque lo había presenciado».

Además de no poder negar su vena literaria en su redacción periodística, en Hemingway también se percibe un cambio que conlleva al sufrimiento en la acción armada. Al igual que los vascos de Guernica, los testigos de otras latitudes sintieron la impetuosa necesidad de resguardarse ante un enemigo superior, que siempre estuvo en movimiento y que su andar no residía al frente, sino que se dejaba caer desde los aires del anonimato, teniendo una inmensa capacidad de infringir un gran daño. Se trataba de una maquinaria de muerte que estaba dotada de armas letales e insospechadas para el ser humano: «Observábamos a los aviones fascistas dirigirse hacia nosotros y corríamos a buscar refugio en un barranco lleno de surcos, pero sólo para verlos dar media vuelta y describir círculos para bombardear las líneas del gobierno cerca de Concud».

La Tragedia de Guernica y el Frente del Teruel son dos artículos periodísticos con una distancia breve en el tiempo, escritos en un momento de transición bélica ocurrida en la España de la década de los treinta del siglo pasado. Tal vez las narraciones de Steer y Hemingway fueran una antesala a la destrucción que el mundo presenciaría con horror años más tarde: la aniquilación de Hiroshima tras la primera bomba atómica. ■

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