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martes, 23 abril, 2024
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De los santos a los comunistas

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

«Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista”, decía el obispo brasileño Hélder Cámara. Siempre es más aplaudido y más cómodo ser santo, pensará Bono, el cantante del grupo irlandés U2 quien inspiró el libro Bono, en el nombre del poder, de Harry Browne y editado por Sexto piso, donde se da cuenta de las supuestas medidas filantrópicas del cantante cuyos resultados han dañado más que beneficiado al sector al que están dirigido gracias a que reproducen el filantrocapitalismo: “modelo de ayuda basado en la aceptación incondicional de las políticas neoliberales” y del que Bono, como muchos otros empresarios, se ha beneficiado.
El autor, quien ha trabajado para The Irish Times, Sunday Times, Irish Daily Mail y el Sunday Business Post, expone que mientras Bono recorre el mundo incentivando la caridad, elude sus responsabilidades en su propio país, con trucos tales como modificar su domicilio fiscal a Holanda para pagar menos impuestos, o reportando pérdidas en sus empresas en el mismo año en el que realizan la gira mundial más taquillera de la historia del rock.

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Aparentemente haciendo de la caridad un buen negocio, Browne relata también que luego de poner una fábrica textil en África con la idea supuestamente de apoyar a artesanos locales, Bono mandó la maquila a China donde los costos de producción eran más baratos. No obstante, continuó vendiendo los productos de dicha empresa como fabricados en África.

En el ámbito nacional, por otra parte, se vende a la cantante Lucero como ícono de filantropía, como la imagen del Teletón que organiza Televisa donde se recaudan millones de pesos que supuestamente mantendrían centros de rehabilitación para niños con discapacidad, y que sin embargo son financiados en su mayor parte con dinero público. Sin duda durante años, Lucero tuvo éxito en este rol, sus lágrimas mendicantes al cierre de cada emisión anual se hicieron míticas, y siguió teniendo una participación estelar a pesar de que su guardaespaldas pistola en mano amenazara a la prensa, y ella lo defendiera.

En días recientes Lucero nuevamente fue cuestionada en su calidad moral al darse a conocer unas fotografías en las que celebraba su primera víctima de la cacería. Más allá de si estaba en su derecho o no, o de que fuera cuestionable su autoridad moral para hacer el llamado a donar al Teletón, es de destacarse el celo con el que la empresa donde trabaja, Televisa, la protege.

Ana Colchero, otra mujer de similar oficio, pero diferente ideología, lanza recientemente el documental de nombre Cómo funciona el capitalismo, y lo promociona a través de los medios alternativos debido a que desde hace años padece el veto del duopolio televisivo en el que trabajó. Con el mismo desdén que es tratado esta actriz, fueron ignorados las figuras del espectáculo que llamaron a la consulta de la Reforma Energética entre los que estuvieron Gael García Bernal, Edith González, Tiare Scanda, Botellita de Jerez, Damián Alcazar, Rebeca Jones, Bárbara Mori, Arcelia Ramírez, Natalia Lafourcade, Héctor Bonilla, Eugenio Derbez, Daniel Jiménez Cacho, etc.

Ese es el negocio: caridad pero no justicia, transmisiones de más de 24 horas para la primera, y ni diez minutos para la segunda.

Si bien esto es preocupante en el medio en el que hasta ahora nos hemos referido, peor resulta cuando este modelo lo reproducen hasta los servidores públicos y funcionarios. Esos que se creen haciendo un favor, cuando en realidad están haciendo su trabajo. Los que creen que recibir computadoras, materiales de construcción, y otros objetos significa la obligación de votar por ellos o darles su apoyo en futuras elecciones; como si no fuera con el dinero de los propios ciudadanos que se pagaron estos objetos, la logística para entregarlos y hasta los sueldos de quien se los dio con aire de perdona vidas.

En el Poder Legislativo el asunto está igual, o peor. Se vota por eliminar subsidios, por recortar a secretarías fundamentales, por omitir el dinero comprometido para programas sociales o para pagar viejas deudas como las de los ex braceros, para poder así, a título personal y con todo el clientelismo necesario, repartir las migajas a las que se hacen merecedores por pasar las cuentas públicas del gobernador, o del presidente. Le llaman gestión social.

Se trata es de eso, de hacer como que se hace pero no tanto como para hacer, de combatir a los pobres pero no a la pobreza, de hacer cambios accesorios, pero no estructurales, de agradecer las despensas al mismo que subió el precio del pan, de vitorear al verdugo y de condenar a muerte al que nos advierta que sólo se trata de sombras de la caverna. ■

@luciamedinas

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