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jueves, 28 marzo, 2024
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La Evangelii Gaudium de Francisco y los retos para la Iglesia de Zacatecas

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

El 26 de noviembre pasado Mario Bergoglio, que tomó el nombre de Papa Francisco, emitió su primera encíclica llamada Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio). En ésta se expone la orientación de lo que será el programa papal en los próximos años: señala qué temas serán los prioritarios en su gobierno de la iglesia. Y de manera inversa, aquello que está ignorado en la encíclica (lo que el texto no dice) es aquello que no tiene lugar en sus prioridades. Sobre esto último podemos esperar que no habrá modificaciones en temas de moral sexual, como el reconocimiento de matrimonios gay; o las clásicas cuestiones de bioética, las exigencias del celibato opcional, ni el sacerdocio femenil. No mover nada en esta área de preocupación le permitirá gobernabilidad con las derechas eclesiales; lo cual significa no generar una oposición preocupante en aquellos temas que sí pretende reformar.

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El tema central en toda la encíclica es el tipo de vida religiosa sin compromiso real con la justicia que promueve la iglesia en estos tiempos, que identifica vida religiosa con aceptación doctrinal, con práctica de ritos y con las dinámicas que limitan su acción a los templos. Contra esto va Bergoglio. Para modificar estos rasgos que confinan la vida religiosa a la vida interior, pretende regresar a beber de las fuentes, los ideales de las primeras comunidades cristianas. Y hay dos términos que se convierten en los articuladores de todo su discurso sobre este tópico: el compromiso práctico con el reino y los pobres. Más allá de la vida limitada en ritos, dice “se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida que El logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz. Entonces, la experiencia cristiana provoca consecuencias sociales”. Significa que la iglesia tiene que voltear del templo al mundo, y actuar en él directamente: provocar con su acción consecuencias sociales de justicia y paz. Y lo dice en forma contundente: “una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo”. Es decir, está llamando a que la iglesia toda se convierta en un agente de cambio social con tres criterios básicos: el clamor del pobre, la construcción de la comunidad (procesos que construyan pueblo) y la justicia.

En seguida viene el otro eje del discurso: ¿Cómo hacer ese camino hacia la justicia, cómo cambiar el mundo? Pues con la pura palabra en los templos no (aun cuando hace una serie de recomendaciones para mejorar la homilía), sino a partir de acciones que “implican tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres”. El cómo es la acción conjunta que resuelva desde la raíz la situación de injusticia que provoca la pobreza y la exclusión. Y para hacer esto, a su vez, se necesita “decir no a la economía de la exclusión y la inequidad; a la economía que mata”. Y dice muy claramente cuál es esa economía que mata: “es la que cree en la teoría del derrame, que promueve la autonomía absoluta del mercado y la especulación financiera”; es decir, implica decir ‘no’ al neoliberalismo. Esa doctrina y práctica económica que ha generado la exclusión y empobrecimiento de las mayorías. Lo dice sin tapujos: “ya no podemos confiar en la mano invisible del mercado. El crecimiento con equidad supone programas orientados a una mejor distribución del ingreso, a una promoción de los pobres que supere el mero asistencialismo”. El tema es cómo llegar a un trabajo universal con salario justo.

También pone de relieve el tipo de espiritualidad que supone esta construcción del reinado de Dios en el mundo que hace historia: la espiritualidad de la misión. Cuando los cristianos se asumen en misión, su contacto y compromiso con los otros es la forma de tener contacto con Dios. Sobre este asunto dedica muchas páginas. También resalta los valores de la diversidad al interior de la iglesia y no pretender hacer de ésta, una institución uniforme. Junto a esto, promueve las bondades del diálogo no sólo ecuménico (con aquellos que se separaron de la iglesia), sino el diálogo interreligioso, que para él es la base de la paz mundial. Especialmente con los judíos y musulmanes. En estas palabras, plancha un problema que sus antecesores tenían con pinzas: el reconocimiento de la salvación en medio del pluralismo religioso. Es decir: la salvación no supone la adscripción a una religión en particular. Finalmente, resaltó la importancia de los laicos; esto es, pensar a la iglesia como algo más que la estructura clerical.

Pues bien, todos estos cambios de mirada no deben quedar en la palabra, sino que la iglesia está emplazada a la acción directa: “Es peligrosos vivir en el reino de la sola palabra. De ahí que hay que postular un principio: la realidad es superior a la idea (…) este criterio hace a la encarnación de la palabra y su puesta en práctica”.

Así las cosas, los retos para la iglesia local son muchos: salirse de los templos e ir a la realidad de Zacatecas. Proponer y actuar en soluciones para la pobreza del estado, promover la acción conjunta de la sociedad civil para la realidad de la migración de expulsión y de paso; comprometerse en acciones de intervención directa en los grandes problemas que devalúan la vida de los zacatecanos: pobreza, inseguridad e ignorancia. Y replantear totalmente la manera de preparar a sus sacerdotes y religiosos (as), del centramiento en la liturgia a la intervención de la realidad que genera justicia. Y replantear totalmente la relación con los laicos: hacer de éstos, actores esenciales de la misión que el papa Francisco está llamando. ¡Guau! ■

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