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jueves, 28 marzo, 2024
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La Alegría del Evangelio: la misión por la justicia

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS •

Nuestra cultura es inexplicable sin el cristianismo, y la civilización no se entiende sin la iglesia católica. Ese es un dato histórico-objetivo, no expresión de filias ideológicas. Por ello, lo que ocurra en esa institución es de interés general. Y están ahora mismo ocurriendo cosas muy interesantes.

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Con la sucesión papal se desencadenaron expectativas de reformas, y al parecer, estas esperanzas no han sido vanas. Al principio se observaron sólo signos: el nombre papal que eligió Bergoglio, el cambio de ritos de entronización y gestos de humildad; después pasó a declaraciones en Brasil a favor de cambiar algunas cosas y ahora publica su primer encíclica: Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio).

Este documento es como el ideario que soporta y muestra la orientación de reformas que vendrán. Al inicio, hace la composición del lugar desde donde ubica su visión: la Alegría de esta nueva etapa evangelizadora. Se desmarca radicalmente de la visión que hace de la culpa y el sufrimiento formas de salvación y motores del proyecto evangelizador que vienen de la tradición sistematizada por san Anselmo en la Edad Media.

Eso tendrá grandes consecuencias. Y partiendo de ahí, se lanza a proponer una nueva era de la iglesia definida como misionera, lo cual significa sacarla de una vida reducida a la transmisión de doctrinas acotadas en ritos del templo.

Hacerla misionera es sacarla del templo y llevarla a la realidad doliente del pobre y aproximarse a él “tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”. También es involucrarse con el otro y salir del individualismo egoísta.

Con estos principios, llama a una renovación eclesial que lleve a las estructuras de la iglesia a parecerse a las primeras comunidades cristianas: formar comunidades de intensa solidaridad. Propone descentralizar el papado y hacer de la diversidad al interior de la iglesia una virtud y no un peligro (como lo ven los integrismos conservadores de la doctrina monolítica). Dice: “invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades”.

Pero esta propuesta en positivo es imposible si no se combate al neoliberalismo, a la “economía que mata y excluye”, y a esas “teorías del derrame y de la autonomía de los mercados”. En ese contexto llama a salir a comprometerse con la multitud hambrienta creada por la tiranía invisible de esa economía.

En suma, la iglesia misionera significa actuar contra el Mal cristalizado en estructuras sociales injustas (creadoras de inequidad y violencia). Lo cual significa también, sacar la experiencia religiosa del mero ámbito privado e íntimo.

Si esto es así, esperamos que la iglesia se oriente hacia la diversidad y tolerancia interna (pluralismo), a la apertura con otros que son diferentes; hacia una evangelización no doctrinaria, sino actuante por la justicia, y como dicha justicia es definida desde las comunidades cristianas originarias, es bajo el principio que dice “de cada quien según sus capacidades y a cada cual según sus necesidades”.

Si no le dan té pronto, podemos esperar un fuerte impulso de la justicia por parte de la iglesia, en estas sociedades atrapadas por el individualismo posesivo y el consumismo desbordado. Dios mediante.

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