Muy contenta, La Catrina iba,
pues completo su costal estaba,
adentro, un gachupín gemía,
y afuera, cohetes y algarabía.
La flaca, muy sigilosa,
en Chapultepec se quedó,
esperaba siempre ansiosa
al duque que con ella se fugó.
Desconsolada dejó a Carlota
y muy fuerte se puso a gritar
¡viva, que viva la reforma!,
tanto que a Napoleón III logró asustar.
Montada en su caballo,
todo el país recorrió;
armada y con un rebaño,
el triunfo aseguró.
Estaba al lado de Villa
La Catrina en la convención,
y aunque no tenía silla,
le susurró una canción.
Armada con su machete,
a los pobres apoyó;
arrastrando de un cachete,
a don Porfirio se llevó.
La huesuda, muy contenta,
firmó la Constitución,
esperando, muy alerta,
al traidor de Obregón.
De Frida se enamoró
la desdichada Catrina,
y cada noche esperó
que le diera tosferina.
A Diego siempre despreció
por a Trotski darle asilo,
pues la flaca siempre se preció
de apoyar a Stalin ‘El Pepillo’.
La muerte lloró por primera vez
en la plaza de Tlatelolco,
pues los jóvenes tal vez
luchaban por algo no muy loco.
La huesuda, satisfecha,
de México no se marcha,
pues en la guerra contra el narco
parece que la veta va ancha.