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viernes, 29 marzo, 2024
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Una pera. La naturaleza y el arte

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Por: SANDRA MENDOZA BARRERA •

A capricho de la inspiración que el escritor produce espontáneamente y con un menor esfuerzo, en esta ocasión comparto el cómo una pera fue mi motivación (hace algunos meses me obsequiaron una, la llevé a casa dejándola en la cocina, a la vista).

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Me cautivó su aroma, su textura,
Su color verde era una exquisita distracción,
Mi mirada le buscaba sedienta de su figura.

Dos días después de tenerla se dio un cálido encuentro,
su cáscara dejo en mi paladar un sabor amargo, fuerte,
barrera que atravesé para alcanzar la exquisita esencia de su ser.

Su dulce pulpa es causa explosiva de un romance con mi saliva.

Mi lengua la envolvió con delicadeza, exprimiendo su esencia,
nuestras energías fueron una, fluyendo, conociendo, explorando.

Su valor contribuye al buen estado celular de mi organismo,
sus moléculas retrasan mi oxidación,
luchan valientemente contra los radicales libres,
su victoria retarda mi proceso de envejecimiento.

Ella me nutre mientras que la saboreo, fomenta mi buena nutrición,
esto ceba mi afecto hacia ella, me rindo a su aroma y textura.

Agradezco a Pachamama por bendecirme con este fruto,
ofreciéndole tributo y retribuyéndole lo dado.

La naturaleza al ser observada provee distintas visiones artísticas, se convierte en modelo.

Desde tiempos remotos el humano ha representado gráficamente lo que observa.
El artista plasma su propia realidad, reflejando lo que idealiza, estudia, siente, etc., puede ser descriptivo, gestual, racional o sensitivo.

En la Prehistoria, nuestros antepasados vivían en conexión directa y plena con lo natural, dentro de un contexto de sobrevivencia. Su visión de la biodiversidad fue libre de estereotipos, sin concepto de composición, la reflejaban de una forma directa. Les bastaba una cueva, grasa animal, jugos vegetales y, en ocasiones, sangre. Con sus manos, dedos y pinceles aplicaban la pintura.

Sorprendente es que, a pesar del paso del tiempo, este arte parietal sigue adherido a las rocas sobreviviendo a la luz, la humedad y la temperatura.

En la Edad Media la naturaleza sólo es parte de un gesto narrativo, era la escena donde se desarrollaron los sucesos.

La naturaleza es representada con detalle, tendiendo al realismo en el Gótico. En esta época la misión fue acercarse a la perfección.

Lo antropocéntrico se lo debemos al Renacimiento, donde los intereses humanos tenían la prioridad ante la ética; cabe aclarar que hoy en día, el antropocentrismo en la ética medioambiental refiere a que el valor del medio ambiente es dado por el interés de los seres humanos en la conservación y protección.

En el Barroco, la luz y el color jugaron un rol importante. Los artistas se inspiraron en el color del mar, del cielo, en la luz entre las ramas o nubes.

Con el Realismo se da un coqueteo con la verdad cotidiana y cercana, sin importar, otra vez, los convencionalismos.

En fin, la Madre Naturaleza ha sido la musa durante siglos en pinturas, poesía, esculturas, etc. ■

@lazoazul [email protected]

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