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martes, 23 abril, 2024
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Déficit y asechanzas de la democracia

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Por: EDUARDO FRANCISCO RÍOS MARTÍNEZ •

Una de las discusiones que han venido marcando los ámbitos de la política, la economía, la sociología y del análisis institucional y del papel del Estado es el binomio de gobernabilidad y sociedad civil sin importar la referencia específica así es propia únicamente a los denominados países del primer mundo, la globalización y el arribo de la posmodernidad como categorías totalizadoras han permitido que el ejercicio teórico vaya de lo macro a lo micro en términos de lo social.

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Es importante señalar que la gobernabilidad viene a sustituir a la consolidación democrática y esto cala hondo para los que el concepto democracia es la expresión que puede legitimar al capitalismo a secas. Ya las banderas de alcanzar por las vías del estado del bienestar la satisfacción de las demandas sociales se han bajado para izar las banderas propias de la gobernabilidad aún y cuando esta categoría sea polisémica y conduzca a fines distintos según se practique.

La gobernabilidad en un principio asumía dos acepciones: la primera se define como un estilo de gobierno caracterizado por un mayor grado de cooperación e interacción entre el Estado y actores no estatales en el interior de redes de decisiones mixtas públicas y privadas. La segunda alude a un conjunto de modalidades de coordinación de las acciones individuales, entendidas como fuentes primarias de construcción del orden social; es probable que sea derivada del campo de la economía ortodoxa de costos y transacciones, lo que sin mencionarse, su campo de referencia es el mercado, como espacio de legitimación de los agentes que intercambian voluntades en un marco jurídico-legal y presumiblemente sujetos a sanciones si rompen las reglas que el Estado impone de forma silente.

El problema de manejar la gobernabilidad como acción del Estado respecto de las demandas de la sociedad civil, alimento una intervención teórica que fundamentaba la necesidad de un apoyo del poder Legislativo sin trabas al poder Ejecutivo y de hacer que de la sociedad civil no se generaran acciones críticas sistemáticas a las políticas públicas en aras de “impedir” un buen gobierno.

Esta intervención teórica surgida del pensamiento neoliberal y cuya cuna se la disputan ingleses y norteamericanos, no obedece a una formulación de eficacia entre la acción del Estado y el comportamiento de la sociedad civil, si bien en el papel la ecuación no tiene problemas, en el espacio social las cosas de la economía no funcionan como se esperaba y, por otro lado está el ingreso de todas las naciones a una crisis fiscal permanente e insoluble. Lo anterior tiene como causa que no existe una solución real a la contradicción entre capitalismo global y democracia, y más aún el Estado en la idea de poder resolver su futuro inmediato, ya sea como personero del capital y de sus políticas o pensándose como un ente por encima de los conflictos entre mercado y sociedad civil, el efecto es el mismo con nombres diferentes: intervencionismo expansivo estatal que arruina cada vez más la esfera de lo público, sin saberlo pero lo hace diría Marx.

Aquí el criterio de clase emerge y da pauta a la presencia de los movimientos sociales reivindicativos y de los partidos políticos, en el caso de los movimientos sociales van desde luchar por ser reconocidos por sus preferencias sexuales o su condición de etnia, hasta aquellos que son más duros en su perspectiva: los derechos humanos, la falta de seguridad y el respeto a la vida sana de la niñez y el respeto al ecosistema.

Existe aparejado a lo anterior, el deterioro de los partidos políticos a causa de su fragmentación y la pérdida de identidad de los mismos por la exacerbada competencia sin principios, o la tutela estatal, lo que limita, sin poder impedirlo, la estrategia de lograr que el Estado planifique el orden social, dé respuestas efectivas y eficaces a la sociedad civil y al entorno global. Los desengaños se acumulan en las dos caras de la moneda estatal y del capital, se genera así la crisis de legitimidad de un Estado (a veces partido) y sumada la pérdida de confianza en el liderazgo, vivimos el infortunio de ser contemporáneos de un Estado que se conduce en pleno siglo 21 con recetas del mercantilismo. ■

*Docente-investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas

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