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viernes, 29 marzo, 2024
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19 Años después

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Por: JUAN ANTONIO VALTIERRA RUVALCABA •

Cada vez que vengo ya no quisiera regresar. Quisiera quedarme e iniciar todo de nuevo, diferente, sin tristezas. Los recuerdos invaden todo. Sobre todo la mujer hipotecada con su pasado, presente y futuro. Gente arraigada a la tierra.

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Ella tiempo atrás fue conquistada por alguien que vino y se fue. Retornó 19 años después. Ambos tenían hijos. Algo rompió su relación. Nada volvió a ser igual.

En El Porvenir, rancho que está por allá donde se ocultaba todas las tardes el sol, vivía un personaje peculiar conocido como El hombrito. Se le quería decir hombrecito, pero como allá se habla ansina, pues así qué más.

Buscando una vaca extraviada, El hombrito fue por varias rancherías para que la gente de esas comunidades le diera razón de su animal. Se percató de eso cuando una noche al encerrar su animales contó siete de ocho que tenía.

Al amanecer peregrinó por esas rancherías en busca de una vaca flaca parecida a la tierra de estos lares. Lanzaba la pregunta:

-¿No han visto un ñervo por ahí?

Del otro lado, sólo le respondían con un seco y pronto ¡no!

Siguió búsqueda infructuosa por esos ranchos ausentes de gente pues estaban metidas en sus casas en los días de la canícula. Infierno en la tierra decían como razón para ausentarse del exterior.

Camine y camine por aquí y por allá, pregunte y pregunte. Al cabo de varias horas sin nada retornó a El Porvenir como se fue, con una soga en la mano y su pañuelo rojo metido en la bolsa trasera del descolorido pantalón de mezclilla. Nadie le dio razón de su desnutrido animal. Lo acompañaba un cielo de noche ya sin sol, sólo el frio calando.

Los lugareños podían tener muchos defectos, pero resaltaba uno que era la forma mocha y tartamuda de hablar y pronunciar frases, así como contar historias y anécdotas.

Muchos no estudiaron. No fueron a la escuela. Los mayores dejaron todo a la desidia. Nunca imaginaron el futuro de sus hijos y descendientes.

Había unos que de plano no sabían ni leer, mucho menos escribir. Mucho menos hacer cuentas. Estaban como piedras pegadas a la tierra. No se movían. Salían a las otras rancherías pero se mantenían arraigados.

En otra comunidad muy cercana llamada San José de Lourdes, la familia Ortiz era reconocida por los habitantes porque el jefe de la familia era un ser avariento, acumulador de riqueza sin sentido. Tenía dinero y sus hijos y esposa no traían ni para comer cuando salían a otro lado. Siempre andaban con la boca seca. Nomás se saboreaban sin probar lo que se les antojaba.

Don Catarino Ortiz era el papá y en una ocasión cambió cincuenta vacas por cien chivas. Cuando su hermano Isidoro supo de la mala transacción le dijo:

-Si serás pendejo, cómo cambiaste esas chivas por las vacas lecheras que tenías. ¡Te robaron!
Desde esa época comenzó a estar enfermo. Comenzó por tener un dolor en el vientre que le subía de intensidad. En veces se le quitaba y en otras era tan fuerte que lo doblaba en cama por días.
Le dio tiricia. Se engarruñó.

Cuando tronaba el cielo y anunciaba lluvia, don Catarino pidió al creador que lo retirara de esta vida.
Toda la noche en que murió, llovió y por dos días más. Cuando paró, la comunidad estaba feliz porque se tenía agua suficiente en los arroyos y los pozos para que los animales bebieran.
19 años después, él sigue esperando.

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