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jueves, 18 abril, 2024
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Ingrid y Manuel, evidencias del cambio climático

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

El cambio climático es definido por el artículo 3° fracción III, de la Ley General de Cambio Climático, como la variación del clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera global y se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos comparables.

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De esta manera, cuando me han invitado a dar conferencias sobre cambio climático, siempre he mencionado que los fenómenos naturales encuadrados como desastres por su impacto en la comunidad humana, serán más consecutivos y mayormente devastadores, como muestra de ello, Zacatecas y varios estados de la República, padecieron en el 2011, una de las peores sequías en más de 70 años, lo cual motivo una amplia mortandad de animales y agudización de la pobreza y marginación; a la vuelta de dos años, hemos apreciado eventos sorprendentes como Ingrid (huracán) y Manuel (tormenta tropical) quienes de forma simultánea, afectaron a México considerablemente.

El último evento similar que se haya registrado, data de 1958 según el Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM. Hasta hoy, el recuento provisional de los daños, se traduce en más 130 muertos (cifra que podría incrementarse) más de 33 heridos, 68 desaparecidos, 26 estados dañados: Aguascalientes, Campeche, Coahuila, Colima, Chiapas, Chihuahua, Durango, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Estado de México, Michoacán, Morelos, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Quintana Roo, San Luis Potosí, Sinaloa, Sonora, Tamaulipas, Veracruz y Zacatecas; más de 59,000 personas evacuadas, 39,000 personas en albergues, 269 comunidades atendidas; en afectación a la seguridad alimentaria del país, se registran más de 613,000 hectáreas de cultivos con pérdida total, además, 40,000 unidades-animal afectadas que incluyen ganadería de traspatio (bovinos, ovinos, caprinos, porcinos, aves y colmenas) los datos anteriores, son evidencias irrefutables de que los impactos del cambio climático son palpables y cada vez más cercanos a nuestro hogar.

Es tal la fuerza de la naturaleza, que los seres humanos recuperamos momentáneamente nuestra esencia; por algunos días, las noticias cambiaron y pasaron a segundo término las marchas, los bloqueos, la recuperación insolente del estado de derecho en el Zócalo, las reformas educativas, energéticas y hacendarias, bajaron los índices delictivos e imperó la solidaridad con aquellos que directamente resultaron afectados por Manuel e Ingrid. También afloraron las conductas corruptas que aprovechan la desgracia humana para acaparar los apoyos y donativos para luego aprovecharlos vilmente con fines distintos, convirtiéndose según Aristóteles, en los peores animales.

Así pues, la naturaleza y sus fenómenos nos dan muestra clara de su poder y el pago de la factura que como sociedad debemos pagar, gracias a los países industriales que menosprecian el patrimonio natural que nos es común. Hasta hoy, la simulación que oficialmente se realiza para mitigar o adaptarnos al cambio climático es insultante; cualquier gobernante con una mediana inteligencia, debería ya, trabajar en las próximas estrategias que atemperen el cúmulo de pérdidas humanas y económicas que generarán los impactos del cambio climático en los próximos meses, al respecto, el Banco Interamericano de Desarrollo, estima que en la última década, los desastres naturales causaron 35.000 millones de dólares en pérdidas económicas a los países de América Latina y el Caribe, lo sorprendente es que esperamos a que nos afecten tanto las inundaciones, las sequías y las heladas para implementar acciones; en materia de cambio climático y protección al ambiente, las autoridades aplican la Ley del Pozo, aquella que se aplica hasta que se ahoga el niño.

De tal suerte, el letargo institucional agudizará los efectos del cambio climático en detrimento de nuestra calidad de vida y, desde una vez adelantamos que en las próximas catástrofes habrá un mayor número de víctimas y un incremento en los costos económicos, pues la amenaza de más fenómenos atípicos como los que en 2013 estamos padeciendo, es latente y científicamente comprobable.

¿Qué nos queda hacer como ciudadanos? Pues indudablemente involucrarnos más en la estructuración de políticas públicas ambientales y no dejar que los funcionarios diseñen en la comodidad de sus oficinas, el destino de nuestros hijos y nietos; el compromiso general es mantenernos informados y motivar el despertar de las autoridades para que actúen sin simulaciones, en beneficio de nuestro ambiento o por lo menos, nos orienten de manera preventiva a actuar ante los próximos fenómenos naturales que seguramente padeceremos muy a la mexicana. Finalmente, lo invito a hacer la siguiente práctica de ciudadanía responsable: exíjale a las autoridades que tenga a su alcance, el diseño de una estrategia orientada a fortalecer la resiliencia de la población ante el cambio climático. Si cuando menos conocen el término, nos damos por bien servidos. ■

*Coordinador de la Comisión Nacional de Legislación Ambiental

[email protected]

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