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viernes, 29 marzo, 2024
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Entre la radicalidad y la resistencia

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Andrés Manuel se veía irritado, como maestro que pierde la atención de sus estudiantes, se limpiaba el sudor con un pañuelo y esperaba que el griterío cediera.

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El pasado domingo 22 de septiembre, en el más reciente acto masivo en defensa del petróleo que encabezaba López Obrador, se hizo presente un público comprometido, pero crítico hasta con quien los convoca. “Seguidores” que no lo llaman bombón y cuyo grito de batalla es: “es un honor luchar con Obrador”; usan “con” y no “por”, la diferencia entre quien es compañero y líder, y no causa o jefe.

Los que ven de lejos, lo creen mesías, y a sus acompañantes zombis. Basta aquel domingo, para ver que no hay cheques en blanco, no son incondicionales. Convoca la emergencia nacional, pero también hay reservas, lo mismo en el líder del Partido del Trabajo, en el líder magisterial y en el simple mortal.

Ahí, frente a todos ellos, López Obrador propuso una consulta nacional respecto a la reforma energética, recolección de firmas para ese propósito y una marcha para el 6 de octubre, ahora sí, con destino en el zócalo de la ciudad de México. De paso admitía como interlocutor a Peña Nieto, sin olvidar que llegó a la presidencia de la República con pesos y no con votos.

Luego de las propuestas un grito hizo callar a Andrés Manuel: “¡paro nacional, paro nacional!”. Él tomaba aire, apretaba los labios, y escuchaba. Quien lo conoce sabe que no será su camino, “un líder está en el derecho de arriesgar su vida, pero no la de los demás” dice en las entrevistas.

“Paro nacional” se escucha cada vez más fuerte, Andrés Manuel pregunta: “¿me van a dejar hablar?” pero el grito no amaina. Entonces retrocede y respira hondo. Como si lo necesitara, y lo supiera, el más pequeño de sus hijos se acerca a su costado, lo abraza, Andrés Manuel responde a él cariñosamente y regresa al micrófono, pregunta “¿le sigo?”, no espera la respuesta y continúa: “lo más importante para salir victoriosos es crear y crecer cada vez más, hasta lograr que exista una voluntad colectiva dispuesta a hacer valer los derechos ciudadanos en defensa del pueblo y de la nación”.

Responde a la proclama: “para eso que algunos plantean, para el paro nacional o para cualquier cosa, lo primero que se requiere es que haya participación ciudadana. El motor del cambio es el pueblo, si no se tiene el apoyo de la gente, si no se manifiesta la gente, no se avanza (…) Tenemos que construir entre todos una voluntad colectiva para que seamos cada vez más y más, y de esa manera se pueda triunfar”.

¿Cuántos más? ¿Cuántos somos? ¿Será que somos muchos pecando de tibios? ¿Será que somos pocos en el autoengaño de rodearse sólo de quienes nos dan la razón? ¿Cuántos de los que llaman al paro nacional estarían en él? Ese es el debate. Andrés Manuel no echa las campanas al vuelo, por eso llama a hacer alianza con todos los sectores. Convoca –dice- a una alianza horizontal y sin afán de encabezarla.

Finalmente llama a reafirmar «el compromiso de luchar siempre por la vía pacífica, sin caer en provocaciones ni en la trampa de la violencia». Advierte que la lucha es para toda la vida.

La exigencia de radicalidad es cada vez más frecuente entre las bases de los movimientos sociales. Le sucede a AMLO, pero también a los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, quienes han salido entre abucheos de sus propias manifestaciones cuando han evitado acciones que pudieran despertar choques con los cuerpos policiacos.

Hasta no hace mucho, el ejemplo de organización contra la violencia lo constituían activistas pacíficos como la familia Le Barón, que se negaron a pagar el rescate de un familiar secuestrado argumentando que ese dinero se usaría para secuestrar a alguien más. O Marisela Escobedo chihuahuense que hasta a Zacatecas vino a buscar al asesino de su hija. O bien las caravanas por la paz que el poeta Javier Sicilia convocaba y a quien también tocó la desgracia calderonista.

Hoy el ejemplo para muchos está en los grupos de autodefensa, en las comunidades que se arman, y que lejos de caminatas y actos pacíficos, encontraron en el fusil y la organización popular la tranquilidad que el Estado no fue capaz de darles.

La costumbre de la derrota hace dudar de la efectividad de las movilizaciones pacíficas. Esas mismas que lograron frenar a los bombardeos contra los zapatistas, las que evitaron el encarcelamiento de AMLO para dejarlo fuera de la candidatura presidencial, las que hicieron pensar dos veces al gobierno federal para aumentar el IVA en alimentos y medicinas según confesión de Luis Videgaray.

Podrá haber diferencias en la estrategia, en la forma, pero si no queremos ser derrotados por nuestras propias divisiones como parece ser la maldición de la izquierda, tendremos que buscar, aunque sea coyunturalmente, la estrategia en común. De lo contrario, en esos matices se decantará la fuerza y con ello, no despeinaremos siquiera a los que nos llevan al despeñadero. ■

@luciamedinas

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