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miércoles, 24 abril, 2024
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“Nada, nadie”

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Por: SOCORRO MARTÍNEZ ORTIZ •

Así se titula el libro de Elena Poniatowska que recoge cientos de voces que hablan de los días que siguieron a los pavorosos terremotos del 19 y 20 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México. En él, la autora señala que nada ni nadie serán nunca más los mismos. Pánico, desesperación, rabia, impotencia, horror, rescates, solidaridad, muerte, la megalópolis sembrada de destrucción por doquier. ¿Por qué cayó este edificio y no aquél? ¿Por qué contaba uno entre los vivos? De inmediato, desde el primer momento, obedeciendo a un extraordinario sentimiento colectivo, los sobrevivientes se lanzaron a las tareas del rescate, la inmensa mayoría de ellos sin más medios que sus manos, su emoción y, en casos incontables, su heroísmo. Una de las ciudades más pobladas y más extensas del mundo se volcó a los lugares donde los sismos la habían herido de muerte.

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El polvo y el humo flotaban como si hubiera ocurrido un bombardeo. Mientras un niño salía indemne de debajo de grandes losas, en otros sitios la gente lo que extraía eran cadáveres, y por todas partes los rescatistas pasaban días y noches luchando con las vigas retorcidas y el concreto desplomado. Pero además afirma, nada de todo aquello se olvida. Nadie podrá contar por si mismo esta historia.

Uno de los múltiples testimonios y crónicas que dio a conocer en su oportunidad, la también autora de numerosos libros, entre ellos Fuerte es el silencio y La Noche de Tlalteloco, es el que textualmente describo a continuación:

Jueves 19 de septiembre, 1985

7:18
El sol y los mexicanos están levantados desde hace bastante tiempo. Mi ventana equipada con un fino mosquitero está abierta; la mañana es aún fresca. Debido al cambio de horario de Europa a México estoy despiertos desde hace unos minutos (¡cosa rara para quien me conozca¡).

En pleno centro de esta monstruosa megalópolis de dieciocho millones de habitantes y de seiscientos kilómetros cuadrados, hace dos días vivo en un encantador hotelito. Está situado a un paso de Paseo de la Reforma. Del otro lado del Paseo de la Reforma se encuentra la “Zona Rosa”. Subiendo hacia el ángel dorado de la Independencia que domina la plaza (que el sismo de 1957 hizo caer de su pedestal), se extiende el centro histórico de México; una inmensa plaza, el Zócalo, el Palacio Nacional, la Catedral, las Secretarías, las grandes tiendas, los hoteles, algunos más recientes que el mío.

7:18.30
Ignoro todavía si hice una buena elección escogiendo este encantador edificio rosa de tres pisos, construido a la española, con su patio, su ancha escalera de piedra que conduce a cada piso, su hall equipado de sillones y divanes de cueros y en el rincón una televisión. Sin lujos pero confortable. Mi cuarto está en el primer piso. El ruido de la ciudad sube hasta mí. Los alumnos están en clase desde hace diecinueve minutos, pero los empleados se dirigen hacia a sus trabajos.

La circulación es intensa como de costumbre. México es una de las ciudades más contaminadas del mundo. No solamente por el humo de las fábricas y los gases que se escapan; también por el ruido. Aquí no está prohibido el claxon y se toca en una forma muy latina.

7:19
De pronto un crujido sordo. Estoy sobre la cama y siento como un vértigo pasajero. Mientras que el crujido de la tierra crece, tengo la leve impresión de que mi cama se mueve. La puerta del baño, que se había quedado abierta, golpea contra el marco sin volver a cerrarse, después se pega contra el muro. Por un momento, todavía sin despertar bien, me pregunto quién entró. ¿La empleada probablemente creyendo que yo ya me había ido? Escucho ruido de vasos que chocan, y la luz que dejé prendida sobre el lavabo se apaga.

7: 19.30
“Caramba”, por supuesto, es un temblor. Eso es frecuente en México. Inmediatamente vuelvo a la impresión que tuve durante el sismo de la Navidad de 1969 en la Martinica. No solo mi cama, sino todo se mueve: la puerta golpea como si alguna mano invisible trata de cerrarla; la empuja con fuerza, empuja hasta el hartazgo, la mesa, el sillón. Mi radio se cae del buró. Un ruido de vidrios rotos en el baño.

7:20
Bueno. Esto tiene que terminar, es entonces cuando un golpe sordo, de una violencia inusitada, sacude el muro que está tras de mí. De la ventana me llega un ruido lejano de vidrios rotos. Descubriré más tarde, en la calle, que se trata de los vidrios de los edificios vecinos.
Los vidrios frecuentemente sacuden mi muro, aproximadamente cada 5 segundos.

7:20.30
Desde este momento pierdo la noción del tiempo. Después de terminado el terremoto, sabré que duró solo dos minutos con una intensidad de 8 grados en la escala de Richter.

7:23
Descubro a pocos metros tres hoteles reducidos al estado de mil hojas de lozas de hormigón, y de fierro bajo los cuales, lo sé, cientos de turistas quedaron atrapados.

7:36
Ruge en su desplome el Hotel Regis, que muere entre una nuble de polvo… ■

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