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miércoles, 24 abril, 2024
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La “dictadura perfecta”

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Por: JORGE A. VÁZQUEZ VALDEZ •

Hace 23 años Mario Vargas Llosa describió los usos y costumbres del Estado mexicano como una “dictadura perfecta”. La declaración del escritor peruano pasó a la historia por cimbrar en su silla a un azorado Octavio Paz, pero es el tiempo el que ha dado cuenta del poder y alcance de esas palabras, las cuales a un mismo tiempo refieren el hilvanado de la retórica revolucionaria que el PRI ha reciclado durante varias décadas, y a su vez anticiparon de manera implícita el refuerzo de un modelo que habría de perpetuarse. Octavio Paz reculó ante esto (muchos aseguran movido por sus compromisos con el poder) asegurando que no se trata de una dictadura, sino de un sistema hegemónico de dominación.

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Los elementos que ambos pusieron sobre la mesa en ese momento constituyen una lente a través de la cual pueden verse diversos momentos de nuestra historia reciente, pues a pesar de que nacieron como los argumentos antagónicos de dos colosos de las letras, terminaron por conjugarse en la realidad nacional bajo una lógica no individualizada, sino enmarcada en los procesos sociales, en la colectividad. La dictadura perfecta sigue vigente por la práctica mecanizada de la clase política de hurgar en nuestra herencia revolucionaria para elaborar sus discursos y justificar sus acciones, pero durante los últimos años ha dejado ver de forma más clara su condición de máscara, la cual encubre un crisol de corruptelas, autoritarismo y sujeción a poderes supranacionales constituidos por las grandes transnacionales y la agenda comercial y de seguridad de nuestro vecino del norte.

El correlato de esta dinámica queda de manifiesto con los más de 58 millones de pobres que las propias autoridades admiten actualmente, con la vulnerabilidad de la soberanía nacional y con el atentado sistemático y muy vigente contra tres de las columnas del Estado benefactor: la educación pública, la renta petrolera y los recursos naturales, que bajo el credo de la acumulación por desposesión ponen a México en una posición de jaque. Ahora bien, la característica más simbólica de la dictadura perfecta no son estos efectos perjudiciales, ni siquiera el crisol referido, sino el conseguir sus objetivos (a como dé lugar) al tiempo que se presenta como un ente estatal democrático, plural y comprensivo hacia las necesidades sociales.

El empaquetamiento discursivo que se ha hecho sobre las reformas que actualmente impulsa Gobierno federal refleja el interés de Enrique Peña Nieto de no distanciarse de ese revestimiento democrático, pero la dimensión de las reformas, sus potenciales efectos negativos, representan a últimas fechas un “salto de fe” para el Presidente de la República, pues si bien por un lado se cumple con el compromiso adquirido con poderes exteriores y con las cúpulas político-empresariales mexicanas alejadas del interés común pero plegadas al modelo neoliberal, la efervescencia que actualmente crece en las calles ha dado muestra de necesitar más que el tradicional antídoto de desprestigio y criminalización canalizado por algunos medios de comunicación.

Este gran escenario puede comprenderse desde el planteamiento de Vargas Llosa, pero el espacio gris que se ha ensanchado durante los últimos días entre la disidencia y el gobierno es mejor asimilado desde la dominación hegemónica a la que Paz le abriera la puerta con su respuesta, y se toca una fibra muy sensible si esa hegemonía se concibe desde la perspectiva gramsciana, en la que el consenso es fundamental para legitimar el ejercicio de la fuerza por parte de quien detenta el poder.

En el contexto vigente la represión de las marchas, la criminalización de jóvenes y la cerrazón ante el reclamo popular forman parte de las respuestas de ese poder, y la falta de consenso social pareciera hacer mella en el impulso que hace apenas unas semanas presumiera la Presidencia de la República. La intención de ganar ese consenso es notable en la escalada de anuncios publicitarios y spots radiales y televisivos, que además de constituir un gasto desconocido para el propio Ifai, se intuye como un recurso para restar vigor al fenómeno de protesta que ya trasciende al campamento masivo instalado en la Ciudad de México por los maestros, aglutina a más de un millón de personas y podría devenir en un deja vú de la avalancha de protestas que inició en la Universidad Iberoamericana el año pasado.

En los próximos días la construcción de ese consenso será clave para Peña Nieto, pues aunque la dictadura perfecta en sus fases más doradas tuvo que enfrentar diversos “chispazos” de inconformidad social, en general encontró amortiguamiento en los pactos de diversa índole que construyó con los sectores campesino, obrero y popular, lo que en los tiempos que corren, y ante los arietes de acumulación de ganancia a toda costa de los ajustes estructurales, parece un garante muy lejano para el gobierno actual.

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