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jueves, 28 marzo, 2024
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La voluntad moral del ISSSTE

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Por: JULIO YRIZAR •

La voluntad moral puede definirse como la capacidad que posee un individuo para transformarse a sí mismo, teniendo como base de su cambio, un ideal benéfico cuyo sentido radicará en propiciar un impacto positivo en la realidad colectiva a la que pertenece. Es decir, que la voluntad moral es una necesidad de mejorar la vida propia y la del grupo, y se adquiere conforme la cultura y la educación van permeando en la vida. Una persona educada es casi por consecuencia alguien con la capacidad de empatar su potencial con la búsqueda del desarrollo colectivo: la voluntad moral nos hermana con el resto de los hombres y nos invita a buscar un futuro compartido más prospero, donde en la aspiración al menos, se estima prudente darle su justo lugar a cada cosa, a fin de conseguir alcanzar un sano equilibrio entre las conquistas materiales de la civilización, y las aspiraciones ideales de la cultura.

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La voluntad moral, pese a todos los buenos deseos de la humanidad, se ha mostrado históricamente escasa, por lo que el equilibrio entre materia y espíritu rara vez sucede. Tengamos en cuenta que el éxito material, sin una sobria perspectiva cultural que se encuentre a la altura de los logros técnicos obtenidos, es y será siempre una fórmula para el despotismo. Lo que significa también que mientras el conocimiento que se ha alcanzado del mundo, no se encuentre a la distancia del brazo de todos los individuos que conforman la sociedad, y se cuente con dicho conocimiento como parte básica de la formación de cada hombre -tanto en términos de beneficios materiales como en el tema de aspiraciones culturales-, la sociedad tenderá sin trámites hacia la estratificación. Es decir que gozar de los beneficios de un desarrollo técnico – científico, sin comprender los fundamentos mismos de dicho desarrollo, es infalible fórmula para un retroceso político y social de peligrosas magnitudes.

A no pocos de nosotros nos ha sorprendido sin armas, la natural curiosidad de nuestra especie, reflejada en las preguntas en apariencia simples que suelen realizar los niños. Cuando aparece un rapaz saltarín de mirada inteligente a la distancia, y se nos aproxima para cuestionarnos sobre cómo funcionan, por ejemplo, los teléfonos móviles, se nos impacta con el peso de una estrella, la cantidad de sucesos culturales y materiales que hubo que trascender nuestra especie para llegar a este punto de la realidad, lo que nos genera una seductora pereza mental, y terminamos desacreditando la pregunta del chavalín, oponiendo así una primera resistencia a la formación educativa del niño, y por ende, al desarrollo de su voluntad moral.

En suma, que son diversos los factores que propician que la voluntad moral de nuestro lugar y tiempo, ande como generalmente andan las voluntades morales a lo ancho de la historia: enclenque y medio ciega. Si la voluntad moral implica llevar a la práctica ciertos ideales que buscan fortalecer en la cotidianeidad las realidades de justicia y equidad, por ejemplo, ¿por qué nuestros líderes no fomentan su desarrollo de manera seria y comprometida con el modelo de sociedad emancipada en el que se supone, coexistimos en igualdad de circunstancias? Lo hacen porque la tesis de que el poder corrompe es verdadera: pese a que nos encontramos creciendo en el seno de una democracia, ésta lo es sólo de nombre. Tenemos 25 años en el país sin una política seria en materia de educación, y desde entonces pareciera que el interés ha radicado en sabotear la calidad de la formación cultural de los individuos de esta república, para tener como resultado, hoy, después de un par de generaciones, un México carente de voluntad moral, un país donde la educación, en los pocos lugares donde sucede, en lugar de promover el nacimiento de individuos preocupados por su colectividad y su entorno, crea monstruosas ambiciones conscientes de la oportunidad que presenta una sociedad sin cultura, una sociedad que sólo es libre en el pregón, pero que está esclavizada con los grilletes de los logros materiales mientras lleva los ojos vendados por la ignorancia. El edificio de la tecnología, sin el contrafuerte de la moral –la cual sólo se obtiene con base en la educación-, es el nuevo opio de las masas.

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