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viernes, 19 abril, 2024
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Sonetos por solomillos

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Por: JULIO YRIZAR •

La existencia está conformada por dos grandes conjuntos: el conjunto de las cosas que se encuentran en nuestro interior y carecen de relieve físico, y el conjunto de las cosas que se encuentran en torno nuestro y conforman la realidad material como la percibimos a través de los ojos del grupo. Aquél, puede ser llamado por sus características el mundo espiritual; éste, con base en lo mismo, puede definirse como el mundo material. Pese a que uno precisa la significación de su contraparte para encontrar en sí mismo consistencia, hay quienes optan por otorgarle una hegemonía a uno de ellos por encima del otro, desoyendo los prudentes susurros del equilibrio -lugar como el escepticismo, desde donde las posibilidades se multiplican-, y reduciendo la perspectiva de la realidad a un holismo sospechoso.

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Es verdad que bajo diferentes enfoques, o sometidos a los caprichos de las contingencias, uno de los dos mundos descritos puede parecer muy superior al otro. Por ejemplo, una chispa originada por la fricción, en una invernal noche desértica,  vale más para un hombre que todos los discursos dialécticos de la historia, empero, ¿qué sentido trascendental tendría encender un fuego, si no vamos a proyectar la sombra de una idea con su fulgor? Con otro enfoque, hay quienes responsabilizan al mundo espiritual por todo el suculento banquete que la razón a planeado para nuestra especie, considerando el envoltorio físico de las ideas, un mero vestigio de nuestra animalidad primigenia, sugiriendo que con la herramienta de la moral -tornillo del mundo espiritual, que sujeta las repisas de un ideal social a la tosca realidad espacial y perceptible-, debemos distanciarnos los más posible de nuestro origen simiesco, a fin de aspirar a lo eminentemente humano. ¡Cuidado! Porque cualquiera de las dos actitudes sin reflexión, pueden conducirnos fácilmente hacia el sendero de las hipertrofias, de donde sacamos en claro, que hasta los excesos en materia de virtud personal, son dañinos para el conglomerado de almas que pululan en una sociedad.

Lo saludable radica pues, en aspirar a la armonía entre los dos universos que conforman la existencia humana: por un lado, no importa lo atractivo y magnético que pueda resultar un ideal, y por el otro, tampoco las concupiscencias capaces de mover montañas son muy relevantes: la búsqueda del justo medio conduce a la paz individual y ésta, considero, puede derivar en la paz colectiva. Pero si el hombre carece de los medios suficientes y necesarios, tanto espirituales como materiales, que le permitan promover por principio, su crecimiento individual, a la vuelta de los ciclos, nada provechoso nacerá desde él para mejorar su entorno, sino muy por el contrario, serán sus actitudes lastre para las convenciones y la civilidad, pues buscarán, en aras de una subjetiva interpretación de la justicia natural, la pertinente retribución.
He aquí otra hipótesis del origen de las crisis sociales: los líderes del grupo no se preocupan por el desarrollo del bienestar espiritual de su rebaño -léase cultura-, pues ni siquiera han sido capaces de administrar con equidad, ya sea por corrupción, ya por estupidez cantante, la riqueza material de nuestra nación. La consecuencia es que casi ningún mexicano en este país ha tenido verdaderas oportunidades de desarrollarse, ni en lo individual ni en lo colectivo, y si por principio, el gobierno carece de aptitudes para subsanar las necesidades materiales -como se estipula de manera tácita en el supuesto acuerdo común que es el Contrato Social-, no tiene derecho a esperar como consecuencia, ni un poco de obediencia por parte del público.

Claro que lo anterior no les preocupa a los que tratan de perpetuar el status quo, por el contrario, les beneficia, puesto que un individuo incapacitado materialmente, está por principio excluido de las preocupaciones espirituales, y una persona sin capacidad de ocuparse de su mundo espiritual, está imposibilitado de ejercer un pensamiento crítico. Es decir, que la pobreza material en la que estamos inmersos es ficticia y existe sólo como otra forma de control social: la pauperización material busca limitar la abundancia espiritual. Pocos tendrán interés en filosofar, si antes no han comido. Por eso nuestros líderes mantienen a un incontable número de nosotros como muertos de hambre, porque así pensamos menos, y además se han asegurado de que hoy en día, nadie entregue un solomillo a cambio de un soneto.

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