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viernes, 19 abril, 2024
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Los hijos de la crisis eterna

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Nacida en los ochenta, crecí oyendo en los noticieros “recesión”, “inflación”, “devaluación”, “deuda externa”, y viendo en los titulares que la UAZ está en crisis, que corren peligro las jubilaciones, que se privatizaría tal empresas para modernizarla, y poco después que la mismas empresa se rescataría luego de la quiebra.
Así aprendí a lidiar con los ingenuos clientes del “yo sí puedo” y del “cambio está en ti solo”, y también con quienes aseguraban que la certeza laboral estaba en una u otra carrera. Al mismo tiempo supe de oídas que existían las jubilaciones y que algunos las alcanzan a los cuarenta o cincuenta años. Otros juran que alguna vez se podía elegir donde trabajar porque tenían más de una oferta cuando egresaron de la licenciatura.

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Por mi parte les cuento a mis sobrinos y al imberbe que quiera escucharme todo lo que podía comprar con aquellos mil pesos, de los de antes, que me daban para comprar en la escuela, o de los ejercicios de matemáticas a los que tenía que poner “N$” para indicar los nuevos pesos con los que nos disimularon una devaluación.
Entre las anécdotas surge la sorpresa de mi madre cuando supo que los 30 pesos con los que ella esperaba que pagara mi entrada al cine, palomitas y refrescos, no era suficiente ni siquiera para el boleto, y cuando una arquitecta me presentó la realidad con los cuatro mil pesos mensuales que ganaba en su profesión y siendo empleada de gobierno.
Pese a esto, a nosotros nos ha ido mejor de lo que pinta a los hijos de nuestra generación. Gracias a los fuertes lazos familiares y las reminiscencias de los tiempos de nuestros progenitores, algunos podemos dormir tranquilos confiados en que el pan de nuestros padres está asegurado por una jubilación que además de servir a ellos, eventualmente sirve también para los descendientes, incluidos sus nietos, quienes tienen la fortuna de convivir con los abuelos que además del buen estado físico tienen el tiempo para cuidarlos gracias a estar jubilados o a la posibilidad de vivir con un solo ingreso familiar.

Pero si el futuro parece sombrío, el presente no está mejor. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) publicados a razón del Día Internacional de la Juventud celebrado el pasado lunes, el índice de desempleo en los jóvenes es el doble que el de la población general. Además, muchos de ellos laboran en actividades ajenas de sus estudios: se estima que 45 por ciento de los jóvenes profesionistas que trabajan lo hacen en ocupaciones no profesionales, y 44 por ciento de los egresados de bachillerato y educación superior se emplean en ocupaciones informales. (Nota de La Jornada del 11 de agosto).

Luego de que se pusiera de moda el término Nini por los que ni estudian ni trabajan, la percepción general es que los jóvenes son perezosos y se resisten a trabajar. Empero 7.5 por ciento de la población ocupada tienen necesidad y disponibilidad de trabajar más tiempo, sin embargo no consiguen hacerlo, y otro 15 por ciento labora en promedio poco más de dos horas por día, por razones ajenas a su decisión. En consecuencia, el ingreso de 67.8 por ciento de los jóvenes es de máximo dos salarios mínimos.

Pese a eso, a los jóvenes les preocupa más la inseguridad, a la que consideran el principal problema del país; así lo dice 56.4 por ciento de los encuestados, mientras que al desempleo lo considera así 51.7 por ciento. Sin embargo, si se les pregunta por las razones de la inseguridad, 41.7 por ciento se lo atribuye al desempleo, y 41.3 por ciento a la pobreza. Es decir, al actual modelo económico.

De todos los datos que dio a conocer el Inegi, quizá el más alarmante resulte que 9 de cada 100 jóvenes ya dejaron de buscar empleo por considerarlo infructuoso. Ya se dieron por vencidos. Deberían ser ellos la mayor preocupación, pues es a ellos a los que hay que convencer que sí hay de otra, y que sí es posible salir de ésta.

En vista de la emergencia nacional ante el enésimo intento privatizador del petróleo es a ese sector a los que hay que hacer entender que los recursos naturales de México permitirían tener un país próspero y con mayor justicia social. A ellos, que a fuerza de vivir en este mundo de injusticia sin conocer otra cosa, se han convencido que el hambre de cincuenta millones de mexicanos en inseguridad alimentaria es normal, y que ser rechazados en las instituciones de educación superior es su culpa. A ellos será a quienes Peña Nieto intentará convencer de que Lázaro Cárdenas vería bien la reforma energética que hoy proponen.

Contra su resignación, desinformación y apatía será la revolución de las conciencias.

Twitter: @luciamedinas

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