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miércoles, 17 abril, 2024
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Crisis, guerra, paz: notas a partir del imaginario social. (I)

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Por: RICARDO BERMEO •

Para explorar algunas vías para pensar la conflictiva/convulsiva situación mundial contemporánea, que ciframos en términos de crisis civilizatoria/multidimensional (y/o global), es crucial abordar nuestro dolor/país: el conflicto o “la guerra” entre el Estado y la delincuencia organizada -en México- que hizo implosión a partir de la primera década del siglo XXI, que ha sido especialmente destructiva en términos de vidas humanas, (pero también, y esto es fundamental, avanza remodelando y creando una nueva realidad socialhistórica).

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La lectura que esbozó, se apoya en la Teoría del Imaginario Social elaborada por Castoriadis. Según este autor, lo que caracteriza la historia en curso (las distintas fases de la modernidad) sería la dinámica entre dos polos antinómicos: por un lado las significaciones imaginarias sociales propias del capitalismo, y en el otro polo, las del imaginario de la autonomía (un nuevo imaginario político democrático). Doy al concepto de “antinómicos”, un significado fuerte, diferenciándolo y dándole primacía lógica, frente al de “antagónicos”, que quedaría así “subsumido” dentro de un orden de sentido orientado por la búsqueda de la paz con justicia y dignidad (tema polémico, que abordaré después).

En el primer polo, que es el que tocaré aquí, se encuentra el imaginario social del crecimiento económico ilimitado, socialmente injusto, anómico, ecológicamente suicida, etc. Su automatismo es el de una desbocada carrera hacia la catástrofe. Nos hemos convertido en una sociedad entregada a la desmesura. Dicho de otro modo, el imaginario social de la mundialización efectiva del capitalismo, tiene en su núcleo, una significación imaginaria social, que definíamos con Castoriadis, como “expansión ilimitada del pseudo- control pseudo-racional”. El prefijo pseudo, apunta a que en realidad nos conducen por una transición hacia el colapso (debemos incluir aquí, la carrera armamentista, la crisis energética, etc.). Sabemos que los valores sociales centrales encarnados en las instituciones e interiorizados por los individuos, son el consumo por el consumo, el enriquecimiento sin trabas –el dinero por el dinero-, la producción por la producción, la fama –salir en la tv-, el poder por el poder, incluso la tecnociencia, y el mundo cultural, entran, en abrumadora medida, al servicio de esa lógica, al eclipsarse de manera notoria, tanto la “critica artista” cómo la crítica social.

El resultado neto es la “explosión del desorden”, la irrupción de las violencias, que entran a formar parte de una hoja de ruta, donde se dan auténticas “confluencias perversas”, especialmente aceleradas, por la retirada de la población de la vida pública, “la despolitización” de la sociedad, junto a las grandes dificultades teóricas para generar alternativas, después del hundimiento del socialismo realmente existente (crisis de las izquierdas). Es decir, la privatización de la vida, la retirada al “conformismo generalizado”. Pero, en la medida en que toda esa lógica hegemónica, es insostenible, las grietas, fallas, fracturas, crisis, se multiplican. Las significaciones sociales mencionadas arriba comienzan a presentar debilidades, no sirven ya como “razones para vivir juntos”, el consumo no llega a las grandes mayorías sociales, condenadas a desigualdades abismales, a todas luces injustas y crueles. Pero dado que esos valores son los instituidos
–consagrados- socialmente, la desembocadura lógica, es el incremento exponencial de la corrupción, la impunidad, el enriquecimiento ilícito, la mafia, el crimen organizado, etc.

Todo ello apuntando a una rearticulación de lo legal y lo paralegal.
En este panorama, el imaginario social dominante, se transforma. Mi argumento, es que lo hace introduciendo (una vez más) en el núcleo, una significación imaginaria social central: el esquema amigo-enemigo.

Con ello, el peligro es que podamos estar asistiendo a un “cambio del piel”, en una transición que iría desde la búsqueda del Estado de Bienestar, la democracia representativa y el desarrollo supuestamente incluyente, a regímenes que se pueden considerar como “heterototalitarios”. De hetero; otro, diferente, desigual. Y, totalitario: reducción y eliminación de “la política”, cómo forma de resolución de los conflictos basado en una democracia real ya, es decir mediante la participación ciudadana en las decisiones que afectan directamente a nuestras vidas y a las de nuestros descendientes; y, en su lugar, la entronización de “lo político”, es decir, un proceso de privatización del poder explícito existente, convertido en asunto exclusivo para unas elites, que luchan contra otras por apropiarse de una mayor cuota diferencial de poder, excluyendo a una creciente mayoría de la población, y estableciendo un modo de organización de la sociedad, piramidal, jerárquico, autoritario.

El esquema amigo-enemigo, serviría para imponer un estado de excepción (de guerra) permanente. Con el agravante, de que la guerra, no sería ya, una fase provisional, como con el “keynesianismo de guerra”, sino que se convertiría ahora en “él” modelo económico y político permanente para imponer una espiral de violencia perpetua, rediseñando lo que es funcional o disfuncional. En ese horizonte solamente luchar por la paz con justicia y dignidad tiene sentido. ■

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