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jueves, 28 marzo, 2024
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Colonia Plan de Ayala, entre la miseria, el hambre y la violencia

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Por: GABRIELA PONCE / COLABORADORA •

■ Las 200 familias de este lugar viven en pobreza extrema, sin acceso a servicios básicos

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■ La mayoría tiene como único sostén la pepena de cartón, botellas y otros objetos

FRESNILLO. Hablar de Fresnillo en este país tiene dos acepciones. Si se hace desde la esfera nacional, el pensamiento remite al santuario del Santo Niño de Atocha, a la familia Monreal Avila o a su intensa actividad minera y agrícola.
Pero si es un zacatecano el que piensa en la tierra de Tomás Méndez Sosa, asegura que se trata del municipio con los más altos índices delictivos del fuero común y la madriguera de las bandas del crimen organizado.

Sin embargo, tanto la visión nacional como la local omiten un elemento que se observa y respira por las calles y banquetas de El Mineral, tal vez porque es el mismo que puede ser identificado en cualquier lugar de México, el cual ha socializado desde hace años con los más de 200 mil fresnillenses que diariamente hacen su vida en la cabecera municipal y las 242 comunidades, se trata del rostro de la pobreza.

No obstante de ser el municipio con la mayor producción económica del estado y que ha sido bautizado como La capital mundial de la plata (en alusión a las grandes cantidades que de este mineral se extraen anualmente), esta condición queda lejos de verse reflejada en la mayoría de las familias de Fresnillo.

Este municipio, ubicado a 60 kilómetros al norte de la capital del estado, aún esconde entre sus colonias, barrios y vecindarios a personajes dantescos que han aprendido a convivir con el hambre, las enfermedades, la miseria y la incertidumbre de la vida, piezas de un rompecabezas que no tiene cuadratura y que recuerda que México aún es un país vulnerable, con insuficiente visión para administrar los problemas sociales.

La colonia Plan de AyalaRumbo a la salida a Durango, a 6 kilómetros del noroeste de la cabecera municipal de El Mineral, se encuentra la colonia Plan de Ayala, un asentamiento irregular.

El perfil de las alrededor de 200 familias que la habitan es el mismo desde que inició como célula social; las personas son de condición pobre y humilde, con empleos inestables, sin posibilidades accesibles a los servicios públicos; pero hoy, a diferencia de hace 30 años, los colonos han aprendido a vivir, y sortear el hambre y la violencia.

Aunque tiene un nombre que evoca el cumplimiento a un pacto reclamado en 1911 por el Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, a la colonia Plan de Ayala aún no le ha hecho justicia la Revolución, porque entre sus calles de tierra, sus casas de lámina, las letrinas y pestilencia que inundan la mayoría de los hogares, no se percibe que sus habitantes tengan una vida con calidad, equidad e igualdad de oportunidades, como en su momento lo planteó el movimiento revolucionario.

Hoy en día, el único sostén seguro que tiene la mayor parte de los habitantes de la colonia Plan de Ayala es el que les da el basurero municipal, donde, cual si fuera un centro comercial gratuito, obtienen muebles, ropa, zapatos y… alimentos.

La familia de los 18
En una calle aún sin nombre y una casa aún sin numeración, se encuentra una humilde vivienda, con sus muros y techo construidos de láminas viejas de cartón manchado de aceite quemado.

Su extensión no rebasa los cuatro metros cuadrados, un piso de tierra; dos colchones simulan ser una habitación. Una parrilla desnivelada encimada en unos ladrillos es la cocina y comedor; una llave nariz de agua con un bote de hojalata por debajo, simula ser lavabo; y una letrina emula ser baño y sanitario.

En ese lugar, merodeado en su interior y exterior por las ratas y custodiado por dos lacerantes perros, viven, a manera de hacinamiento, la familia de los 18. Así se le conoce a la familia Guajardo Escareño, compuesta por 18 miembros: dos abuelos de 50 años, siete hijos de entre 16 y 28 años, siete nueras y yernos, y cuatro nietos de entre 0 y 3 años.

Un elemento en común se encuentra en todos ellos: subsisten del basurero municipal, ahí recogen y acarrean los residuos que desechan los habitantes de la cabecera municipal de Fresnillo.

El reloj marca las 7 horas del martes, tiempo en que doña Jacinta y su esposo e hijos laboran en el tiradero municipal. En ese horario un camión recolector ingresa al basurero para descargar los desechos, ahí la familia de los 18 se le aproxima con la idea de encontrar algo que sirva, porque la pepena de días anteriores ha estado mal.

Doña Jacinta es la abuela de la familia de los 18. De todos ellos es la que mejor sabe qué significa ser pepenadora, pues cuando ella tenía 5 años se inició en el oficio, hace 42 años. El hambre, enfermedades, miseria e inmundicia han fraguado con el paso de los años su mirada y su andar.

Con esa experiencia que le ha dado el trabajo le dice a Vicente, su esposo, mientras el camión va bajando lentamente su contenido, “otra vez nos vamos sin nada. Mira nada más, no trae nada”.

Con sus rostros llenos de hambre y miseria, los miembros de la familia de los 18 retiran plástico, láminas, botellas de aluminio que venden a 1 o 2 pesos. Los costales que cargan en sus hombros tienen que llenarlos para poder sacar apenas 30 pesos, cantidad que les sirve para cubrir los gastos de todos ellos.
La familia de los 18 no es la única que ha aprendido a sortear el hambre y la miseria.

A la orilla del tiradero municipal, como si quisiera pasar desapercibido de los demás pepenadores, se observa a un niño que hace con sus manos una carreterita para un carrito sin ruedas que se acaba de encontrar, es Rubén.

Aunque es mediodía y aún no ha probado bocado, una sonrisa se dibuja en su rostro porque, a diferencia de los demás, para él ya valió el día de trabajo, porque tiene lo que había buscado desde hace días, un integrante más de su colección de carritos que inició hace un año.

Rubén tiene 11 años. Hace cuatro años dejó los estudios porque su mamá, Teresa, no tenía más dinero para pagarle la escuela.

El seguramente es uno de los 60 mil niños que viven en extrema pobreza, según el estudio sobre los derechos de la Infancia y Adolescencia en el Estado, realizado en el año 2012-2013 por la Organización para el Desarrollo Social y la Educación para todos (Odisea).

La violencia se apodera de Plan de Ayala
Mientras las baterías del gobierno municipal en turno están enfocadas en modificar su gabinete para pagar compromisos que hace tres años lo llevaron al poder y el gobierno electo trabaja en la evaluación y selección de quienes serán premiados por su trabajo en la recién concluida campaña electoral, el crimen organizado trabaja en reclutar adolescentes y jóvenes pepenadores, quienes ven en esta forma la posibilidad de cambiar su vida de miseria y hambre, por dinero fácil y rápido.

Las estadísticas que posiblemente no están contempladas en la numeralia de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), son las de una habitante de la colonia Plan de Ayala, quien “según sus cuentas”, de mayo de 2012 a la fecha han desaparecido 20 menores de 9 a 17 años, pues “a cada rato son secuestrados por los grupos armados”, indicó en entrevista. Ni sus padres, ni nadie sabe hasta ahorita nada de ellos.

Pero no sólo ha habido jóvenes desaparecidos, sino que comentan los pobladores del lugar que en uno de los cerros que está cerca del tiradero municipal han encontrado muertos cuando hay balaceras. “Se suben arriba del cerro más de 10 camionetas con hombres armados y corren para protegerse de los marinos”, dijo un anciano
Pero cada persona en la colonia Plan de Ayala es una historia, sin importar su edad o género; en sus pláticas, en sus ademanes o en los silencios de su voz, se observan los vuelcos inesperados y súbitos que les ha dado la vida.

Cuando una decena de personas decidió invadir un predio, los gobernantes en turno de Fresnillo del estado de Zacatecas, han omitido su responsabilidad de atender las necesidades más elementales de la vida.

Los programas públicos y los esfuerzos pírricos que ha promovido aisladamente la iniciativa privada o las organizaciones civiles no han hecho eco para mejorar la calidad de vida de los habitantes de Plan de Ayala, quienes, desde su mundo, esperan que las visitas que realizan los políticos o funcionarios no sólo sea en tiempos electorales, sino que también se preocupen por acercarles los servicios que incrementen sus opciones de vida.

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