12.8 C
Zacatecas
sábado, 20 abril, 2024
spot_img

¿Biblioteca Google?

Más Leídas

- Publicidad -

Por: JUAN JOSÉ ROMERO •

Aunos días de su clausura, para fortuna mía, pude ser testigo de una exposición acojonante: bajo el resguardo del quinto centenario de la Biblia Políglota del cardenal Cisneros, cima del humanismo español cuya iniciativa reformista derivaría en la fundación de la Universidad Complutense, se exhibió una serie de manuscritos e incunables de excelsa composición filológica e irrepetible calidad gráfica.

- Publicidad -

Allí, en los aposentos de la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, embobado, miré un manuscrito de la Biblia latina del siglo 13, un mapa de Hispania que forma parte de una Cosmographia impresa en 1486, así como un grabado en verso como portada del Panegyricus ad Maximilianum, regem Romanorum, con data del año 1497. La creación de toda biblioteca modélica es un ideal cimentado en un proyecto educativo bien planeado, o al menos, esa posibilidad es tangible en el patrimonio bibliográfico heredado por Cisneros, “tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido” (Borges, Biblioteca personal).

Bajo esa especial devoción que siento por el libro, seguí admirando el resto de la colección mientras recordaba una plática que llegué a tener con Rogelio Blanco. Siendo éste el titular de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas de España, había negado a Google el permiso para digitalizar el patrimonio bibliográfico español, al menos en lo que a él le concernía en su administración. Más allá de la controversia mediática que ello derivó en el entorno madrileño, cualquiera cuestionaría el acto de la negativa a difundir, a nivel global, una cifra desmesurada de manuscritos y libros sólo consultable in situ. ¿A qué respondió esa aparente irracionalidad de un hombre que siempre ha destacado por su solidezintelectual? Coartar las intenciones de Google, al menos como una medida temporal, consistió en un acto visionario: Rogelio Blanco ya presentía lo que se avecinaba de forma inexorable con el monopolio de la información, donde los verdaderos intereses no giran en la digitalización que, para la posteridad, garantizaría la transmisión del conocimiento con un carácter modélico, como sí lo fue, en su momento, la biblioteca seminal de Cisneros o la ya citada referencia borgeana, donde “un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos”.

La polémica respecto a Google está en el velo que se posa sobre su labor altruista, que ninguna relación tiene con la cultura de digitalizar libros impresos, como sí lo es la administración de la base de datos que los puede llegar a contener y en el modo de comercializar esa información. Para dicha empresa, el valor de un libro se estima sobre la cantidad de referencias que puede ofrecer para ser explorado y no como una entidad cultural autónoma y literaria. La iniciativa de Google para conformar su versión digital de la biblioteca de Alejandría sobrepasa cualquier idea o deseo antes concebidos: se trata de una criba no de libros sino de fragmentos de libros. Que el patrimonio de la humanidad se convierta en algo “universalmente accesible y útil” corresponde a los intereses que confluyen en un juego de doble moral: digitalizar todo lo habido y por haber, vaciar ese contenido a Internet y administrarlo con su motor de búsqueda, para finalmente dispensar lo recabado en meros fragmentos, adjuntando anuncios publicitarios dirigidos a internautas que previamente han sido estudiados como posibles consumidores potenciales. Cada paso de Google vira hacia una finalidad concertada en la disminución del costo con la encomienda de extender al máximo el alcance de la web; la gratuidad de sus servicios asegura que la gente pase más tiempo ante el ordenador, tiempo que se traduce en beneficios económicos para la empresa.

Para desgracia de los nativos digitales, y quizá para el resto de la humanidad, las nuevas tecnologías se sustentan en una criba rápida y superficial de la información, restándole importancia al ejercicio intelectual profundo que se basa en el estudio sopesado de un argumento a la vez. Google, como el resto de los emporios online, basa sus intereses en el diseño de una estrategia que le permita meter y sacar, en el menor tiempo posible, a los usuarios de Internet. Sus ganancias están asociadas a la velocidad de consumo de información de las personas: cuanto más rápido se navegue, más enlaces se pulsen y más páginas web se visiten mayor será el expediente personal que Google tendrá sobre nosotros. Así, su arquitectura publicitaria está diseñada para precisar nuestros deseos y preferencias, y entonces pronosticar cuáles mensajes pueden captar mejor nuestra atención antes de ser insertados en nuestro campo visual. El historial del ordenador marca la pauta de cada clic ejercido y ello es un registro fiel de la cantidad de ocasiones que se ha relajado nuestra concentración en el paso de una página a otra. Todo ese historial redunda en la política financiera de Google: a mayor número de clics, mejores rendimientos. Google ha hecho realidad la piedra filosofal que tanto anhelaron los alquimistas medievales —artilugio que convertía cualquier cosa en oro— trasmutando la distracción de la gente en dinero. ■

Facebook: www.facebook.com/jj.rjuanjo
Correo electrónico: [email protected]

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -