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miércoles, 24 abril, 2024
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Notas sobre Schopenhauer

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Por: JOSÉ JUAN ESPINOSA ZÚÑIGA •

En maestro de la ironía, un pesimista convencido, un cascarrabias, un brillante descalificador, son sólo algunos de los adjetivos con los que podemos identificar a Arthur Schopenhauer, un hombre que llegó para cambiar la filosofía, tanto alemana, como universal. Pese a ser un maestro del fatalismo, pionero entre los pesimistas, su pluma tenía una acides y picardía envidiable. Nunca se reservó un comentario, y su peculiar manera de expresarlos levantó enemistad al igual que admiración. Sin duda, su obra es material indispensable para cualquiera amante de la filosofía y la cultura en general. Su pensamiento e influencia alcanzaría a otros grandes que vendrían, desde Nietzsche hasta el mismísimo Jorge Luis Borges.

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Nacido en febrero de 1788 en Dózing, Alemania, la infancia de Schopenhauer trascurrió entre la holgura económica y las dudas de un mundo que ya le planteaba cuestionamientos de orden filosófico. Su padre era un comerciante rico, poliglota refinado, y su madre, proveniente de una familia no menos notable, era una escritora, aunque la mayor parte del tiempo la pasaba entre las extravagancia de una vida social agitada, rodeándose de intelectuales y famosos de la época. El mismo Arthur confesaría después que heredó el carácter de su padre, y la inteligencia de su madre. Con esta última, por cierto, rompería a la postre toda comunicación, la razón, parece ser que el joven filosofo no soportó la relación de su progenitora con un inexperto escritor que llevó a vivir a su casa a la muerte de su padre. Sus biógrafos encuentran en el hecho los antecedentes del profundo desprecio que Schopenhauer sentía contra las mujeres. Tal vez por eso mismo nunca se casó. Son muchas las veces en que Schopenhauer se refiere a las mujeres de una forma despectiva sin ningún remordimiento: “sería muy deseable que también en Europa se pusiese a este número 2 del género humano en el sitio que por naturaleza le corresponde y que se acabe con la absurda institución de la dama, de la que no solo se ríe toda Asia, sino Grecia y Roma se habrían reído no menos; las consecuencias desde el punto de vista social, civil y político serían incalculablemente beneficiosas” (Paralipomena, p. 729).

Sus primeros años de formación académica indicaban que se dedicaría al comercio, siguiendo los pasos de su padre. Durante este tiempo (1803- 1804) Arthur recorrió las principales ciudades europeas, como lo mandaba el tradicional Grand Tour, tradicional claro, para la aristocracia de la época. A la muerte de su padre, Schopenhauer decide iniciarse en el estudio de la filosofía, que ya le había hecho guiños desde siempre. Pronto lee a los clásicos de las letras y el pensamiento, además de perfeccionar lenguas como la griega y el latín, misma sobre las que gustaba hacer traducciones. Pronto se convierte en doctor, con la tesis Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, misma que se publica ese mismo año. En dicho trabajo el joven filósofo ya demuestra su gran talento, y una gran fluidez de ideas, además de su admiración por el consagrado Immanuel Kant. En esta obra escribe “parece que sobre el género bípedo pende una maldición en virtud de la cual, por su afinidad con todo lo torcido y malo, incluso en las obras de los grandes hombres es precisamente lo peor, los errores, lo que más gusta. Los admira y elogia, mientras que lo realmente digno de elogio, simplemente lo tolera”. Ya disfrutando de su herencia, Schopenhauer pudo dedicarse de tiempo completo a escribir, sin tener que preocuparse por su economía, como tenían que hacer otros escritores e intelectuales. Su vasta holgura económica le permitió escribir sobre todo y contra quien deseó, con agudas críticas y sin miramientos, siendo su blanco favorito el popular Hegel, a quien llegó a calificar como “un vulgar, estúpido, ignorante, repugnante y nauseabundo charlatán, que con increíble descaro elaboró un batido de disparates y sinsentidos” (Fragmentos).

El pensamiento de Schopenhauer, influido en gran medida por la literatura sapiensal de la Antigua India —característica que lo vino a diferenciar un poco más con los filósofos de la época, siendo que dicha tradición es incluso contraria con la grecorromana y occidental—, se vio reflejada en su trabajos que constantemente abordaban tópicos como la creación, la negación de la voluntad como ideal supremo, y la similitud entre el hombre y los animales. En 1819 apareció la primera edición de la que se considera su más grande obra El mundo como voluntad y representación. En ella, según él mismo lo dijo después, creyó haber encontrado la verdadera esencia del mundo y la existencia del hombre. Según sus tesis, el mundo tal y como los conocemos a través de nuestros sentidos o por medio de lo que nos aporta la ciencia, es sólo una representación de nuestra mente, fuera de ella no existe nada, siendo la voluntad la causa, la raíz, la esencia del mundo, voluntad que es cognoscible a través del cuerpo. Los expertos se explican a la voluntad como el equivalente a <>, <>, a lo que los hindúes se refieren como Maya. Bajo lo anterior, el mundo no ha sido creado por una causa externa al hombre, por una fuerza primera (aquí nos explicaremos su reverberante ateísmo), siendo el mundo un lugar caótico y absurdo, carente de sentido (aquí nos explicaremos su radical pesimismo y fatalidad). Lastimosamente, el impacto de su filosofía no tuvo las repercusiones inmediatas que él hubiera querido, fracasando en las ventas y acogida del libro. Tras su decepción como escritor, Schopenhauer decide probar suerte en el campo de la cátedra, siendo la universidad de Berlín la elegida, que por su notable florecimiento acogía intelectuales populares de la época, entre ellos su más preciada joya, y más odiado rival, Hegel. Decidido a ir por todas, decidió impartir su clase a la misma hora que la de su antagonista, obteniendo una amarga decepción, un aula con apenas cuatro alumnos, irregulares además, mientras que la de enfrente estaba atiborrada. Un duro golpe sin lugar a dudas. Pese a lo anterior, era 1821, Schopenhauer seguía en Berlín, escribiendo sobre todo, desde las barbas que eran moda y su semejanza con los hombres de las cavernas, y claro está, contra algunas universidades y catedráticos de filosofía. Durante los siguientes años se dedicó a viajar, regresando intermitentemente a Berlín, que tras una terrible fiebre de cólera en 1831, misma que causó la muerte a Hegel, decide abandonarla permanentemente, e instalarse en Fráncfort, donde sigue sepultado desde 1860. Ya con una vejez indisimulable, le llegó el reconocimiento a Schopenhauer. Seguidores pronto tocaron a su puerta para escucharlo hablar durante horas sobre su filosofía, recibía cartas de todas partes del mundo, incluso desde América. Además recibió un esperado premio entre la esfera intelectual. Como nunca se casó, compartió la mayoría del tiempo con su perro, a quien consideraba más que un amigo y con el que se le veía pasear todas las tardes. En 1841 publicó Los dos problemas fundamentales de la moral, a los que siguieron otros taquilleros títulos como Parerga y paralipomena. ■

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