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viernes, 19 abril, 2024
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Reflexiones para la Revolución Global

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Por: Admin •

En este momento, en Turquía, Chile y Brasil la juventud está en movimiento. Los contextos son muy diferentes, pero se delinean patrones que habrá que comenzar a destacar: las nuevas tendencias de autoorganización social y articulación del sistema en red; la movilidad “anfibia” de los manifestantes, que va de la realidad física a la realidad virtual; la tendencia a una conformación interclasista y con fines temáticos, centrados en asuntos concretos más que en impulsar giros civilizatorios; la renuncia a la lucha por alcanzar el poder estatal, que se canjea en favor de mecanismos efectivos para influir en la toma de decisiones, por destacar los elementos más importantes.
La filosofía de la rebelión ha colmado renglones inflamados con tinta escarlata. Ha sido el motor racional del correr de la sangre en calles y patíbulos. Alzamientos, revueltas, insurrecciones y estallidos sociales tienen siempre una inspiración en reflexiones sobre la política, ya sean muy vagas o concienzudas, que calan en la cultura. Si el punto de ignición común es una emoción movilizadora como la indignación, lo que se juega de fondo es un gran drama social que se mantiene en suspenso, en espera de resolución simbólica. Por eso, la narrativa de la rebelión siempre persigue los pasos del acontecimiento y pensar lo que ocurre se vuelve urgente y significativo.
Denunciar los vicios de un régimen corrupto es muy fácil. Delatar nuestro papel en tal descomposición, cuesta mucho más trabajo. Descubrir por qué sus desajustes son funcionales y aceitan un sistema que se desbarataría sin producir sus propias crisis, parece casi imposible. Para lo primero se requiere inteligencia, mientras para lo segundo, honestidad. Pero para lo último, lo que hace falta es ciencia.

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Sin duda es bueno salir a las calles e inundar las plazas, clamando justicia; vemos a heróicos jóvenes y viejos combatir inermes para desmontar un poder autoritario. Tal vez sea necesario aventar molotovs contra los tanques, lanzar piedras contra las metralletas y gritar consignas para sobreponerse a gases lacrimógenos. Pero es realmente ingenuo descartar que son medios, no fines: sin tener en vista objetivos programáticos claros y comunes, en lo que todo termina es en la consolidación de un sordo terror al poder -el verdadero amo del amo- que permite a las fuerzas conservadoras usar la turbulencia como justificación del statu quo, travistiéndolo como la defensa del orden, la paz y la gobernabilidad.
Es absurdo creerles, pero lo que en esta generación solemos olvidar es que el problema no es aceptar las mentiras, sino tener que vivir con ellas. Cuando un régimen se ha fetichizado y el tejido social se diluye, el problema no es que la verdad permanezca oculta, sino que aun conociéndola, no contamos con los artefactos políticos para cambiar las cosas: lo que falta es un puente para convertir esa verdad en justicia.

En general, se considera que hay dos maneras de crear ese puente: modalidades de la democracia directa que complementan a la democracia representativa, es decir, democratizar la democracia; o crear, ocupar y recuperar espacios donde las formulas de la vida que deseamos alcanzar en lo macro pueden realizarse en micro: autonomías políticas, circuitos cerrados de solidaridad económica, cooperativas, etc. En la práctica, se tiende a desarrollar la segunda estrategia de manera intuitiva, por periodos cortos de tiempo mediante las “okupas”, mientras los mecanismos democráticos con impacto de largo aliento tienden a postergarse. Pienso que son éstos los que habría que voltear a ver como prioridad: revocación de mandato, presupuesto participativo, iniciativa ciudadana, plebiscito y referéndum.

En resumidas cuentas, lo que hace falta es la alianza estratégica para construir un proyecto alterno de sociedad bajo nuevas premisas, blindando el proceso mediante un diseño de la vida democrática que garantice la participación permanente de la sociedad en el programa de cambio. El problema de las llamadas primaveras árabes ha sido que cuando la lucha social logra fracturar el régimen, no ha unificado criterios respecto al siguiente paso. Entonces las ventajas del agente de cambio (heterogeneidad, espontaneidad, versatilidad, voluntad de poder-capacidad por encima del poder-dominio) generan situaciones que clausuran su propia viabilidad para encabezar las transformaciones que se requieren, dejando en manos de otros el destino de lo que ellos empezaron.

Por eso hay que destruir el principio para luego acabar con la encarnación, pues de lo contrario, sólo se renuevan puestos y las resistencias se endurecen mediante regresiones autoritarias o con alternancias conservadoras. Y para desafiar principios, se necesitan reflexiones sistemáticas y ordenadas: urge pensar por eso lo que ocurre en todos esos países, pero sobre todo, en México. ¿Será que las manifestaciones juveniles del año pasado fueron eventos marginales? Hay que verlos como una advertencia y no como un colofón. También en México huele a pólvora. ■

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